25/12/07

Las 13 Rosas


Cárcel de Ventas, hotel maravilloso,
donde se come y se vive a tó confort.
Donde no hay ni cama ni reposo
Y en los infiernos se está mucho mejor.
Hay colas hasta en los retretes,
rico cemento dan por pan,
lentejas único alimento.
Un plato al día te darán.
Lujoso baldosín
tenemos por colchón.
Y al despertar tenemos desecho un riñón.


Madre, madrecita, me voy a reunir con mi hermana y papá al otro mundo, pero ten presente que muero por persona honrada.
Muero como debe morir una inocente.
Adiós, madre querida, adiós para siempre.
Tu hija ya jamás te podrá besar ni abrazar...
No me lloreis.
¡Que mi nombre no se borre de la Historia!"
Julia Conesa

"Voy a morir con la cabeza alta... Sólo te pido... que quieras a todos y que no guardes nunca rencor a los que dieron muerte a tus padres, eso nunca. Las personas buenas no guardan rencor.
Hijo, hijo, hasta la eternidad..."
Blanca Brisac

16/12/07

Temos catarro

-Quedamos?
-Vale. Sabes que botei moza?
-Non me digas.
-Si. Chámase Alba e temos catarro.

Ceamos xuntos na súa casa, conteille os pormenores da miña historia de amor e mocos e alegrouse moito ao verme tan contento, pero decateimente de que me miraba dun xeito estraño, coma se estivese sangrando electrodos polas pupilas. Pasara longos meses en tensión dándolle a entender que sempre estaría disposto como e cando ela quixese, pero por primeira vez sentíame relaxado, sen a obriga de descifrala.
Diego Ameixeiras

10/12/07

Cómo molo

Cuando ayer por la mañana me miraba en el espejo de mi madre con el bañador nuevo, pensaba:


–Cómo molo.

Yo reconozco que es una frase un poco rara para decirla en voz alta, a no ser que seas un chulito como Yihad, pero estoy seguro de que pensarla la piensa mucha gente. La piensa el socorrista de la piscina de mi barrio, descarao: de vez en cuando, veo que se mira su superbíceps, y me corto un brazo si ese tío no está pensando: Cómo molo.

Lo piensa la Susana cuando pasa delante del banco del parque del Ahorcado donde estamos sentados Yihad, yo y el Orejones, y dejamos por un momento de insultarnos y aburrirnos para mirarla como se va sin decirnos ni ahí os quedáis. Seguro que en el interior de su mente enigmática hay una frase con dos palabras que dice:

–Cómo molo.
Elvira Lindo

3/12/07

Nuevos Tiempos

Un rumor de tormenta y mar recorre México. Un rumor que se extiende por todo el planeta. Un rumor que nos trae un poco de calor, que deshace los copos de nieve que nos llenan de canas. El subcomandante Marcos y su gente marchan a México DF. La gente los aclama y recuerda a Zapata. Lanzan vivas al EZLN.

Un fantasma recorre el mundo. El de una sensibilidad nueva que demanda más justicia para los que siempre pierden. En Seattle un terremoto que en El Salvador mataba a cientos de personas, que derrumbaba muros y almas dejando el país como un solar lleno de heridas, provoca la muerte de una única persona. Un hombre muere en Seattle de un infarto por un terremoto. En El Salvador buscan supervivientes entre los amasijos de ladrillo y metal y se han apagado todas las luces. Por el mismo terremoto.

Por eso en Porto Alegre inventan nuevas fórmulas para repartir mejor la felicidad y los presupuestos. Por eso Bové con su bigote de Asterix sale a la calle con sus tractores y sus motores suenan igual que el del autobús de Marcos. Por eso en las cumbres del FMI sus altos ejecutivos sudan bajo los trajes azules. Oyen el rumor de la batalla, el choque de los escudos de la policía de Praga. Vienen nuevos tiempos. Estoy seguro.

Un fantasma recorre el planeta. Mientras te vas a la compra y me dejes el corazón como una cama deshecha algo nuevo se va tramando. Mientras la gente araña el parabrisas para quitarse el hielo y los bostezos, el sub sonríe debajo del pasamontañas. Mientras los relojes de arena hacen crecer los desiertos un rumor de batir de alas y espuma se acerca al DF. Aquí hace frío y la gente llega tarde al trabajo. No digas que todo está en silencio. Di simplemente que no oyes.

Ismael Serrano

27/11/07

Fantasmas entre las páginas

No tengo ex libris, y nunca quise tenerlo. El ex libris, como saben ustedes, es una etiqueta o pegatina impresa que se adhiere a una de las guardas interiores de los libros de una biblioteca, para identificar a su propietario. «Soy de Fulano de Tal», suele decir la leyenda, o recoge algún lema –«Nunca estoy menos solo que cuando estoy solo» por ejemplo– que a menudo viene acompañado de una ilustración, motivo o escudo. Es costumbre bonita y antigua, y algunos ex libris son tan hermosos que hay quien los colecciona. Alguna vez un amigo artista se ofreció a hacerme uno, pero nunca acepté. Tengo mis ideas sobre la propiedad de libros y bibliotecas, y están relacionadas con lo efímero del asunto. He visto muchos libros arder, biblioteca de Sarajevo incluida, y comprado demasiados libros viejos como para hacerme ilusiones al respecto. Si es cierto que todo en esta vida lo poseemos sólo a título de depósito temporal, los libros son un recordatorio constante de esa evidencia. Creo que pretender amarrarlos a la propia existencia, al tiempo limitado de que dispone cada uno de nosotros, es un esfuerzo inútil. Y triste.

Quizá sea ésa, la palabra ‘tristeza’, la que mejor define el asunto. Como comprador y poseedor contumaz de libros usados, cazador de ojo adiestrado y dedos polvorientos en librerías de viejo y anticuarios, nunca puedo evitar que, junto al placer feroz de dar con el libro que busco o con la sorpresa inesperada, al goce de pasar las páginas de un viejo libro recién adquirido, lo acompañe una singular melancolía cuando reconozco las huellas, evidentes a veces, leves otras, de manos y vidas por las que ese libro pasó antes de entregarse a las mías. Como un hombre que, incluso contra su voluntad, detecte en la mujer a la que ama el eco de antiguos amantes, nunca puedo evitar –aunque me gustaría evitarlo– que el rastro de esas vidas anteriores llegue hasta mí en forma de huella en un margen, de mancha de tinta o de café, de esquina de página doblada, anotada o intonsa, de objeto que, abandonado a modo de marcador entre las hojas, señala una lectura interrumpida, quizá para siempre.

Y en efecto, ‘tristeza’ es la palabra. Melancolía absorta en las vidas anteriores a las que el libro que ahora tengo en las manos dio compañía, conocimiento, diversión, lucidez, felicidad, y de las que ya no queda más que ese rastro, unas veces obvio y otras apenas perceptible: un nombre escrito con tinta o la huella de una lágrima. Vidas lejanas a cuyos fantasmas me uniré cuando mis libros, si tienen la suerte de sobrevivir al azar y a los peligros de su frágil naturaleza, salgan de mis manos o de las de mis seres queridos para volver de nuevo a librerías de viejo y anticuarios, para viajar a otras inteligencias y proseguir, de ese modo, su dilatado, mágico, extraordinario vagar.

Por eso, como digo, no tengo ex libris. Rindo culto a los fantasmas, pero no deseo ser uno de ellos. Las estirpes se acaban, los mundos se extinguen, y tarde o temprano llega siempre el tiempo de los ropavejeros y los bárbaros. No quiero que mi nombre, mi lema, mi frágil vanidad de propietario sean causa de que, pasado el tiempo, alguien abra un libro polvoriento o chamuscado y descubra allí mi nombre como en la lápida de una tumba; donde por cierto, tampoco deseo figurar, jamás: «Soy –fui– de Fulano de Tal». Por eso, del mismo modo que conservo con celo ritual cualquier reliquia de anteriores propietarios, dejando allí donde la encuentro la hoja o el pétalo seco de flor, la carta doblada, el dibujo, la tarjeta postal, en lo que a mí se refiere procuro, como quien borra con cuidado las huellas de un asesinato, eliminar todo rastro. Por desgracia, alguno es indeleble: dedicatorias de amigos, subrayados y cosas así. Pero el resto de evidencias procuro eliminarlas con impecable eficacia. Situándome con paranoia de asesino minucioso ante cada libro que abandono en un estante para cierto tiempo –tal vez para siempre–, reviso antes sus páginas retirando cuanto allí dejé durante la lectura: cartas, tarjetas de embarque, notas, facturas, tarjetas de visita. Sin embargo, cuando tras la última ojeada considero limpia la escena del crimen y estoy a punto de cerrar la puerta a la manera de un Rogelio Ackroyd dispuesto a enfrentarse al detective, no puedo evitar una sonrisa contrariada y cómplice. Sé que, pese a mis esfuerzos, un buen rastreador, un lector adiestrado como Dios manda, cualquiera de los nuestros, como diría el buen y viejo abuelo Conrad, sabrá reconocer en pistas sutiles –una nota escrita a lápiz y borrada luego, una mancha de lluvia o agua salada, una marca de tinta, sangre o vida– la huella de mis manos. El eco de mi existencia anónima en esas páginas que amé, y que me recuerdan.


Arturo Pérez Reverte

26/11/07

Saber su nombre

Necesitaba saber su nombre. ¿Por qué?, ¡vamos!, ¿por qué?... No lo comprendo, pero el caso es que iba metiéndome en el agua… Y es cosa que siempre me ha reventado ver en el cine, los tipos que se meten con botas y pantalones, como sin darse cuenta. Lo encuentro falso, falso: es una simulación del arrebato, es algo así como decir «estaba ciego de»… Yo me daba perfectamente cuenta de que me metía en el agua: para eso me había quitado los zapatos y seguía metiéndome aunque ya no podía levantar más las faldas. Me daba un poco de vergüenza… no, de lo que me daba un poco era de miedo; de eso es de lo que me daba vergüenza, pero quería saber su nombre. Ahora ya no me da miedo y sigue dándome vergüenza. Bueno, yo creo que también sigue dándome miedo. ¿No es idiota seguir pensando en ello? No se me borra de la cabeza, es como un rasguño o un cardenal, una lesión, como cuando dice uno, «debo haberme dado un golpe aquí, porque me duele»… Pero no fue un golpe inadvertido, fue todo lo contrario, un propósito del que ya no podía apearme, necesitaba saber su nombre.

Rosa Chacel

22/11/07

El Parque

-Al parque, ¿le parece bien?

Lía asintió mordiéndose el labio inferior para aguantar la risa. En Ribanova, desde tiempo inmemorial, el Parque era refugio de novios furtivos, de amantes que se perdían por los rincones para besarse sin ser vistos, que aprovechaban las plazoletas solitarias para intercambiarse caricias, inquietos casi siempre ante la posibilidad de ser descubiertos por los niños que jugaban al balón o, peor aún, por el guardia de la porra tan dado a sancionar las manifestaciones de afecto. Pero Javier Aldao no recordaba ya que el Parque era una especie de paraíso sentimental para los enamorados ribanovenses.

Marta Rivera de la Cruz

15/11/07

Tomarla en mis brazos

Tomarla en mis brazos, besar aquel trozo de piel donde el cabello dorado se convertía en una pelusilla blanca y sedosa. El perfume dulzón mezclándose con otro aroma, el mío; su mano que descansa en mi vientre, y las puntas de sus dedos que descienden tamborileando hacia la cumbre de mis muslos; abrir las piernas y adelantar las caderas; rodar y revolcarnos enredadas en una masa de brazos y piernas; estremecimiento salvaje y la habitación que se fragmenta en trocitos y se disuelve.

Lucía Etxebarria

11/11/07

Venecia


Venecia, por ejemplo. La noche artificial de Venecia que se presentaba más orcura que nunca aunque el reloj señalase exactamente, las doce del mediodía. Y la estupidez tudesca de Igneborg (un sexo encendido a ritmo de vals fané) se asustó ante aquella oscuridad inusitada.

Razono, mesuro, hurgo en busca de las raíces clásicas y entiendo, desde siempre, que Venecia no puede ser hermosa porque encarna la negación del Ideal. Una ciudad donde el día es noche, donde los cascajos antaño gloriosos sucumben bajo el peso de la muerte, una ciudad así ya no es belleza, sino desastre.

Terenci Moix

7/11/07

A mejor vida

Pasar a mejor vida... ¿De quién se puede decir esto, de los héroes, de los santos, de los que tuvieron una muerte gloriosa o de los que tuvieron una vida aperreada? De todos, creo, porque lo de mejor parece una comparación y de lo que se trata es de lo incomparable, de lo increíble, de lo pasmoso y de lo fácil que es pasar por una puerta, una puerta giratoria, una puerta que parece que se mueve por sí misma, que no hay que abrirla, sino que hay que echarse a ella, entregárse a tiempo porque ella sigue girando y otros vienen detrás, otros que tienen que pasar igualmente... y uno pasa y entra en otro mundo... ¿Qué es lo que pasa cuando uno pasa?... No pasa nada... ¿Qué es lo que ve?...

Rosa Chacel

5/11/07

Palabras

Combate cuerpo a cuerpo entre los vivos y los muertos. Resucitación boca a boca entre el poeta y la palabra. Bésame con el hueco de tu boca, la cueva donde las palabras se excavan, las palabras cubiertas de arena bajo el tiempo. Bésame con el hueco de tu boca y recibiré el don de lenguas.

Jeanette Winterson

31/10/07

Con otro

El amor no es sino la acuciante necesidad de sentirse con otro, de pensarse con otro, de dejar de padecer la insoportable soledad del que se sabe vivo y condenado. Y así, buscamos en el otro no quien el otro es, sino una simple excusa para imaginar que hemos encontrado un alma gemela, un corazón capaz de palpitar en el silencio enloquecedor que media entre los latidos del nuestro, mientras corremos por la vida o la vida corre por nosotros hasta acabarnos.


Rosa Montero

28/10/07

Militancia

Dónde guardaría yo aquel tranvía, se interrogaba en silencio, mientras reconocía el progresivo desaliento de ella en el ritmo casi frenético de su trabajo, el chasquido constante de la lengua contra el paladar, pero no podía poner su mente en blanco y abrió los ojos para clavarlos de nuevo en la lámina vieja, antigua ya, y comprender que ella tenía razón, los bordes estaban maltrechos, las chinchetas habían impreso en cada esquina un halo circular de herrumbre, ya no le servía de nada, y nunca le había gustado, Teresa jamás lo había visto, no había conseguido llevarla a su casa ni una sola vez a lo largo de los absurdos años de militancia amorosa, porque él militaba en Teresa, pero ella nunca había querido darse cuenta y le trataba como a los demás, codo con codo, jamás de frente, tres veces habían ido a pegar carteles juntos pero ni siquiera solos, y eso era todo lo que había sacado en limpio de la sangría de las cuotas, y las reuniones interminables, y el trabajo gratis, la revolucion que mantendría una eterna cuenta pendiente con él.

Almudena Grandes

25/10/07

Divorcio

Loui, creo que este es el comienzo de una hermosa amistad...

¿A quién pretendo engañar? Yo no soy así. Nunca lo fui y nunca lo seré. Eso pasa sólo en las películas.

¡Ah! ¡Qué deprimido estoy! Quizá si me tomara un par de aspirinas más... Aunque con eso serían...dos, cuatro... seis aspirinas. Acabaré volviéndome aspirina. Y ahora el número del algodoncito, ¡a ver quién es el guapo que lo saca del frasco!
No he debido firmar esos papeles. Que me lleve a los tribunales. Dos años de matrimonio tirados a la basura. No puedo creer todo lo que me ha dicho. Parecía una extraña, no mi mujer, ¡una auténtica extraña!

-No quiero pensión alimenticia, puedes quedarte con todo. Sólo quiero ser libre
-¿No deberíamos discutirlo?
-Lo hemos discutido ya cincuenta veces, Es inútil.
-¿Por qué?
-No lo sé, no soporto el matrimonio. No te encuentro nada divertido, no me siento atraída hacia ti, no me interesas físicamente. ¡Ah! Por lo que más quieras, Alan, no lo tomes como cosa pesonal.
-No lo tomaré como cosa personal, simplemente me mataré y listo.

Si por lo menos supiera dónde veranea mi psiquiatra... ¿A dónde irá la gente en agosto? Todos se van de la ciudad. Todos los veranos la gente se vuelve loca por irse y luego está deseando volver. Y si fuera a buscarle, ¿qué me diría? Siempre acaba diciéndome que es un problema sexual. Eso es ridículo. ¿Cómo puede ser un problema sexual si cuando aún no manteníamos esas relaciones, bueno, sólo un poquito, ya ella no hacía más que mirar la televisión? Recuerdo que cambiaba de canal con el mando a distancia...

¿Por qué tiene que preocuparme tanto el divorcio? ¡Qué demonios! ¡Hasta puede que esté mejor sin ella! ¿Por qué no? Soy joven, tengo buena salud, un buen trabajo. Quizá sea ésta la oportunidad de que me divierta un poco. ¡Ja! Si ella quiere divertirse, yo también. ¡Hum! Convertiré esto en un night club. ¡Ya verán las chicas que traeré aquí, ya verán! Bailarinas, trapecistas, ninfómanas, protésicas dentales... Si ella no me quiere, no voy a obligarla por la fuerza. Aún me parece increíble lo que me ha dicho al marcharse.

-Quiero una vida nueva, quiero esquiar, quiero ir a bailar, quiero ir a la playa. Quiero hacer un viaje por Europa en motocicleta. Lo único que hago contigo es ir al cine.
-Escribo para una revista cinematográfica. Además, a mí me gustan las películas.
-Te gustan las películas porque tú no eres más que un observador de la vida. Pero yo no soy así. Quiero actuar, quiero vivir, quiero participar. Nunca nos reímos juntos.
-¿Cómo puedes decir eso? Tú, no sé, pero yo me río constantemente. Hago muecas, sonrío, incluso a veces me carcajeo. ¿Y por qué no pensaste eso cuando éramos novios?
-Entonces era distinto, tú eras más agresivo.
-Todo el mundo lo es durante el noviazgo, es lo natural. Hay que impresionar a la otra persona. Pero no puedes esperar que siga a ese nivel, me daría un ataque cardíaco.
-Adiós, Alan. Mi abogado llamará a tu abogado.
-Yo no tengo abogado. Dile que llame a mi médico.

Woody Allen

22/10/07

Mareas

Una de aquellas mareas se la llevó para siempre. No se ahogó, pero llegó a casa muy agitada y, sin decir palabra, se metió en la cama y empezó a estornudar, a quejarse del tiempo, de las olas, de la chusma de veraneantes que no dejan ni hacer la plancha tranquila, y a los pocos días adelantó su marcha y no volvió.

Las mareas de septiembre solían traer sorpresas. Pero hace tiempo que no recala nada en la playa. La arena, con la baja mar, se extiende como un desierto hasta la punta del cabo. Se destapa el espigón. En pleamar y con mareas vivas no queda sitio para tomar el sol, el espigón desaparece y el agua llega hasta las ojas de maíz, riega la tierra, hace crecer algas. Pero a veces arrastra cuerpos extraños, cadáveres de cachalotes, ballenatos enfermos, cascos vacíos de cerveza iraquí, muchas cosas que se van pudriendo y gastándose, limándose contra el agua hasta confundirse en la arena, hasta no reconocerse.

Luisa Castro

21/10/07

Tu rostro mañana

¿Cómo era posible que mi padre no hubiera sospechado ni detectado nada? Era un hombre inteligente y culto, ningún tonto, y bastante precoz, aunque desde luego un optimista irredento, confiado en principio con todo el mundo. Pero aún así. ¿Cómo se pudo pasar media vida junto a un compañero, un amigo íntimo, sin percatarse de su naturaleza, o al menos de su naturaleza posible? ¿Cómo puede no verse en el tiempo largo que quien acabará y acaba perdiéndonos nos va a perder? ¿Cómo puedo no conocer hoy tu rostro mañana, el que ya está o se fragua bajo la cara que me enseñas o la careta que llevas, y que me mostrarás tan sólo cuando no lo espere?

Javier Marías

18/10/07

Hombres: instrucciones de uso

Las revistas femeninas están llenas de consejos, advertencias y estrategias sobre cómo mejorar nuestras relaciones con los hombres. Las masculinas, en cambio, hablan de cómo mejorar los bíceps… También de cuál es el mejor restaurante del momento, qué loción evita la caída del pelo y cómo vestir sexy; pero de temas sentimentales, ni una línea. Para hacerme la interesante podría citar ahora al inefable Byron, pero prefiero tomar el camino de la Antropología: según esta ciencia, lo que sucede es que a las mujeres nos gusta hablar de nuestros sentimientos y a los hombres les horroriza. Dice la doctora Louann Brizendine, cuyo libro El cerebro femenino está batiendo récords, que todo viene de que nosotras hablamos tres veces más que los hombres. De hecho, utilizamos 20.000 palabras por día y los hombres, apenas 7.000. Hasta aquí todos los expertos están de acuerdo, pero después surgen las diferencias, porque mientras Brizendine asegura que hablar es «casi tan placentero como el sexo», otra famosa especialista, Alexandra Jacobs, opina que con dar la lata a nuestro hombre con eso de que hay que ‘hablar’ los problemas lo único que conseguimos es debilitar los lazos que nos unen. Su libro se llama, muy adecuadamente, La solución es no-hablar. Hablar o no hablar, ésa es la cuestión, pero mientras decidimos a qué bando apuntarnos, he aquí otro punto en el que están de acuerdo las dos autoras. Las mujeres deberíamos entrenarnos en comprender que los silencios masculinos en ningún caso son señal de rechazo o repudio. «No es que no nos quieran –aclara Brizendine–, simplemente están siendo muy varoniles.» Otra cosa que sorprende mucho a las mujeres y que también hay que recordar siempre, según estas sabias estudiosas, es que la cabeza masculina funciona de manera diferente de la nuestra. Por ejemplo, cuando observamos a un hombre sentado con la mirada perdida en el infinito y, preocupadas, le preguntamos en qué está pensando, la contestación más habitual es «en nada». «No es posible –pensamos inmediatamente nosotras–, nos está mintiendo, ¿qué le pasará? ¿Estará enfermo?, ¿preocupado?, ¿deprimido?» Y la respuesta a tan terribles incertidumbres, queridas mías, es «no». Ese hombre no está pensando en nada, algo inaudito para nosotras, que siempre estamos dale que dale al cerebro, pero es así. Este tipo de diferencias es el que hace que unos y otras no nos entendamos. Personalmente, como soy de pocas palabras, no me importa que los hombres que tengo cerca lo sean también, pero me resulta incomprensible, en cambio, eso de que piensen «en nada» o que rehúyan hablar de los problemas cuando los hay. Sin embargo, para ese escapismo sentimental, también tiene explicación la doctora Brizendine: la testosterona, según ella, reduce la parte del cerebro que se ocupa de registrar las palabras emocionales. En otras palabras: el hombre no registra esas 13.000 palabras que nos separan. Uf, qué alivio, pienso yo, así que no se está haciendo el sordo, es sordo.

Como ven, el tema resulta apasionante y da para mucha discusión. ¿Pueden modificarse su forma de ser o la nuestra? ¿Será la educación lo que hace que los hombres no escuchen y que las mujeres hablen de más? Las feministas han intentado varias veces lograr que los niños más pequeños jueguen a las muñecas o a las cocinitas para que se críen más sensibles, más atentos. Pero sus experimentos han acabado siempre en eso, en experimentos (cuando no con la cabeza de la muñeca convertida en pelota de fútbol y la cacerola, en tambor). La actual peste de lo políticamente correcto nos hace creer que todo lo que no nos gusta o no comprendemos del otro puede ser modificado. Pero yo pienso que es más práctico saber que sentimos diferente y comprender que lo que ellos hacen o dejan de hacer se debe, sencillamente, a que, como dice la canción, Men are different… Y nosotras, también.

Carmen Posadas

14/10/07

Zarza

Apagó el despertador, que todavía alborotaba sobre la mesilla, y se sentó en la cama. El aire del dormitorio se acomodó flojamente alrededor de su cuerpo, como una chaqueta que no termina de ajustar. A esas mismas horas, en ese mismo instante, miles de personas solitarias se levantaban, metidas en el caparazón de sus casas vacías. Zarza sintió el peso del resto del mundo sobre sus espaldas. Si sufriera un repentino ataque cardíaco y se muriera, tardarían por lo menos un par de días en descubrirla. Pero Zarza no disponía ahora de tiempo para morir. Tenía que levantarse. Chancleteó por el dormitorio hacia el cuarto de baño, que carecía de ventanas. Encendió la fila de bombillas que enmarcaba el espejo y se miró. Siempre la misma palidez y la sombra azulosa rubricando los ojos. Aunque tal vez fuera efecto de la luz artificial, tal vez bajo una violenta luz solar no tuviera ese aspecto lánguido y morboso. La gente decía que era hermosa, o al menos alguna gente aún lo decía, y ella se lo había creído mucho tiempo atrás, en otra vida. Ahora simplemente se encontraba rara, con esa mata desordenada de pelo rojizo veteado de canas, semejante a un fuego que se extingue; con la piel lechosa y las ojeras, y con una mirada oscura en la que no se podía reconocer. Un vampiro diurno. Hacía mucho tiempo que no conseguía reconciliarse con su aspecto. No se sentía del todo real. Por eso jamás se hacía fotos, y procuraba no mirarse en los espejos, en los escaparates, en las puertas de vidrio. Sólo se asomaba a su reflejo por las mañanas, todas las mañanas, en su cuarto de baño. Se enfrentaba al azogue, con los párpados pesados y la boca sabiendo todavía al salitre de la noche, para intentar acostumbrarse a su rostro de ahora. Pero no, no avanzaba. Seguía siendo una extraña. A fin de cuentas, tampoco los vampiros pueden contemplar su propia imagen.

Rosa Montero

13/10/07

Jamás olvidaré a Teresa

Contemplé de cerca el rostro de la mujer que se mecía entre mis brazos y advertí en su piel tersa un tinte descolorido, una red irregular de venillas grisáceas e inicios de surcos en los alrededores de los ojos y la boca. Tras sus párpados entornados adiviné las riberas hasta donde descienden los pastos frescos, la brisa empalagosa de los bosques y el rumor del agua y las hojas y las cosas en movimiento que constituyen el lenguaje secreto de la infancia. Jamás olvidaré a Teresa.

Eduardo Mendoza

10/10/07

Manos

El temblor metálico es sólo de las flores. Manos que sacan y meten, dedos firmes y acrobáticos, manos sin nudos, manos mucho más jóvenes que la cara. El bisbiseo menudo es de las alas de los insectos. Manos con dedos largos, manos de frágiles facciones que hacen ejercicios de despertar, uno, dos, se abren y cierran, cien, francamente, mamá, que podrían haber tocado el piano, es tu marido, mamá, deberías venir, el arpa, el violín. Aquello que arde en los árboles es la brisa del viento. Manos que se baten, que huelen, que oyen, que piensan y suspiran, que sufren en la oscuridad, que meten y sacan, sacan y sacan, un reloj inglés, un espejito de plata, manos de porcelana que ni siquiera tiemblan al hablar, pálidas, hermosas, suaves, manos de niña, manos que sujetan un bolso de piel, un collar de nácar, manos ausentes sobre un regazo en el jardín. Manos que albergan una memoria y gritan:


–No voy.


Cristina Sánchez-Andrade

9/10/07

Borja

Como entonces, salté de la cama. En aquel desvelo crudo, tan real, tan gris, salí descalza, abrí el balcón y salté a la logia. Allí estaba Borja, envuelto en el abrigo, pálido, mirándome. Se fumaba el último Murati.

Los arcos de la logia recortaban la bruma de un cielo apenas iluminado por la luz naciente tras las montañas, donde aún dormían los carboneros. Borja tiró el cigarrillo al suelo y fuimos el uno hacia el otro, como empujados, y nos abrazamos. Él empezó a llorar, a llorar, ¿cómo se puede llorar de esa forma? Pero yo no podía (era un castigo, porque él siempre aborreció a Manuel. Pero yo, ¿acaso no le amaba?). Estaba rígida, helada, apretándole contra mí. Sentí sus lágrimas cayéndome cuello abajo, metiéndose por el pijama. Miré al jardín y detrás de los cerezos descubrí la higuera, que, a aquella luz, parecía blanca. Allí estaba el gallo de Son Major, con sus coléricos ojos, como dos botones de fuego. Alzado y resplandeciente como un puñado de cal, y gritando –amanecía– su horrible y estridente canto, que clamaba, quizá –qué se yo– por alguna misteriosa causa perdida.

Ana María Matute

7/10/07

Primer amor

Cuando el príncipe azul apareció, era ya demasiado tarde. Le había esperado desde hacía muchos años, desde los lazos rosas de mis faldones y el vuelo de mis vestidos bordados, desde los juegos de saltar a la comba en los que los brincos determinaban el número de novios que tendríamos. Formulé deseos a la luna y tramé hechizos en la noche de San Juan, pero el amor no llegaba. Tardé mucho en descubrir que el amor nos estaba vedado a las niñas, que habíamos de crecer para experimentarlo. Y mientras tanto, perdí la ingenuidad, y me harté de esperar caballeros de plateadas armaduras. Cuando llegó la adolescencia era demasiado tarde.

Espido Freire

6/10/07

Ahora


Crecer recordando aquel verso de Machado:


Hoy es siempre todavía. Toda la vida es ahora.


Y ahora, ahora es el momento de cumplir las promesas que nos hicimos. Porque ayer no lo hicimos. Porque mañana es tarde. Ahora.


Ismael Serrano

4/10/07

La más sutil de las venganzas

Muchas veces se ha dicho que el mundo sería más humano cuando por fin mandásemos nosotras, porque somos más sensibles y compasivas que los hombres. Y siempre he creído que así sería. Pienso que el haber sido víctima sirve -debería servir-, sobre todo, para no repetir los patrones de conducta de los victimarios y ser más humanas que ellos.

Por eso, si históricamente el sexo masculino nos ha sometido a leyes injustas, nos ha discriminado y hasta ha escrito tratados filosóficos 'demostrando' que éramos menos inteligentes, más débiles y desde luego menos racionales que ellos no hagamos nosotras lo mismo. Cuando por fin parece estar alumbrando un siglo decididamente femenino, sería bueno demostrar que, en efecto, somos más sensibles que ellos. Si Thomas Hobbes, en el siglo XVII, dijo aquello de que el hombre es un lobo para sus semejantes, demostremos nosotras ahora que la frase no puede de ninguna manera tener su correlato en femenino. Ésta sería, pienso yo, la mejor de las venganzas de nuestro sexo sobre el suyo.


Carmen Posadas

2/10/07

Condena

Alguna vez había oído decir que en París funcionaron durante un tiempo unos burdeles para mujer. Que tuvieron que cerrarlos porque sólo iban las prostitutas. Que la idea de comprar el placer no se avenía con la psicología de la mujer, porque la mujer quiere ser comprada, mandada, enajenada.

Y ella pensaba que debería existir esa costumbre, ese acuerdo con la sociedad. Bastante sujeta estaba la hembra humana a ese ser fatuo que se considera superior y dicta leyes. Además, tiene que andar persiguiéndolo, comiéndose el orgullo, para acostarse con él.

Iba a hacerse de noche. Un día más. Y su condena no tenía fin. No tenía marcada una fecha con el final. Si así fuera, ella iría apuntando en un calendario cada día que pasara, lo suprimiría poniéndole una gran aspa roja, ancha.

Concha Alós

1/10/07

Amor, curiosidad, prozac y dudas

Durante los últimos cinco años mi vida no ha seguido un rumbo fijo. Yendo de nada a nada, sin patrón ni destino, sin refugio ni brújula. A la deriva. Empeñada en la inútil huida de mi misma, en busca de un lugar donde caerme viva. Bebiendo cubalibres y fumando chinos y tragando éxtasis y sirviendo copas y besando labios y chupando pollas y aprobando exámenes y redactando trabajos y leyendo libros y escribiendo poesías, por lo general bastante malas, todo hay que reconocerlo. Poli-toxicómana confesa y pendón vocacional. Digamos que quería ser Burroughs, como Gema, supongo, aspiraba a ser Jane Bowles. He probado todas las drogas disponibles y me he acostado con todos los hombres más o menos presentables que se me ponían a tiro. Me lo he pasado bien, en suma. O quizá lo he pasado fatal. Puede que ni siquiera me haya enterado.

Una vida en perpetuo movimiento, la búsqueda en la calle de la droga, el temor al palo y la denuncia, la travesía continua de la ciudad, salidas a horas intempestivas, encuentros en lugares inesperados, persecuciones, engaños, traiciones, revanchas, nuevas caras, nueva gente, nuevos yonkis y camellos, chinos, chutas, papelinas, rohipnol, palos, broncas, buprex, monos, pastillas para superar el mono, calabozos de cárceles y celdas de clínicas, la amenaza constante de los maderos, idas y venidas, ningún lugar seguro, ningún día igual a otro. El vértigo de la aventura, el coqueteo con la muerte.

Lucía Etxebarria

28/9/07

Algún sueño


–Cuénteme algún sueño recurrente –me pidió Ming O’Brien

Joder, lo que me faltaba es un Freud con faldas, pensé, pero después de una pausa demasiado larga calculé cuánto me costaba cada minuto de silencio y a falta de algo más interesante se me ocurrió mencionarle lo de la montaña. Reconozco que comencé en un tono irónico, sentado pierna arriba, evaluándola con un ojo entrenado en mirar mujeres, he visto muchas y en aquella época todavía les ponía nota del uno al diez, la doctora no está mal, decidí que merecía más o menos un siete. Sin embargo a medida que contaba la pesadilla fue apoderándose de mí la misma terrible angustia que sentía al soñarla, vi a mis enemigos vestidos de negro avanzando hacia mí, cientos de ellos, sigilosos, amenazadores, transparentes, mis compañeros caídos como brochazos escarlatas en el gris omnipresente del paisaje, las veloces luciérnagas de las balas atravesando a los asaltantes sin detenerlos, y creo que empezó a correrme el sudor por la cara, me temblaban las manos de tanto empuñar el arma, lagrimeaba por el esfuerzo de apuntar en la espesa neblina y jadeaba buscando el aire que se me estaba convirtiendo en arena. Las manos de Ming O’Brien sacudiéndome por los hombros me devolvieron el sentido de la realidad y me encontré en una habitación apacible frente a una mujer que me traspasaba el alma con una mirada inteligente y firme.

Isabel Allende

27/9/07

Hasta el alba

Cuando no expresaba mis estrategias en rimas ridículas, entonces desenfrenaba el lápiz e imaginaba nuestros cuerpos a punto de caramelo, amelcochados, recostados en un muro del castillo de La Punta, como es de suponer mordiéndonos y devorándonos hasta el alba; al instante rectificaba y cambiaba la palabra alba por una hora más precisa, la una de la madrugada, por ejemplo, que era el tope de permiso paterno, aunque llegar a las tantas siempre me valía una semana de castigo, prohibido el repaso de Física, ya que sacar baja nota en esa asignatura (era un secreto a voces para cualquier familia) se había convertido en el recurso ideal para huir de casa. O en un impulso novelero describía nuestras siluetas iluminadas por la luz de la luna, revolcadas en el matorral de alguna represa distante, o bañadas por las olas; o igual nos calificaba de sombras grasientas y empegostadas de pomada doradora y arena en las playas del Este.

Zoé Valdés

26/9/07

Aquella mirada

Fue hacia la puerta y al salir se volvió a mirarme, se quedó un rato mirándome, apoyado en el quicio.

Aunque ha pasado mucho tiempo, todavía no comprendo; tienen que pasar muchos años para que yo comprenda aquella mirada, y a veces querría que mi vida fuese larga para contemplarla toda la vida; a veces creo que por más que la contemple ya es inútil comprenderla.

Rosa Chacel

25/9/07

Sobran los motivos

Este adiós, no maquilla un "hasta luego",
este nunca, no esconde un "ojalá",
estas cenizas, no juegan con fuego,
este ciego, no mira para atrás.

Este notario firma lo que escribo,
esta letra no la protestaré,
ahórrate el acuse de recibo,
estas vísperas, son las de después.

A este ruido, tan huérfano de padre,
no voy a permitirle que taladre
un corazón, podrido de latir.
Este pez ya no muere por tu boca,
este loco se va con otra loca,
estos ojos no lloran más por ti.

Joaquín Sabina

22/9/07

Cien días

La mitad de nuestra vida transcurre de noche y hay quien piensa que es la mejor mitad. Supongo que porque la noche debilita los corazones. No lo sé. El caso es que aquella noche éramos varias soledades buscándonos. Hay quien dice que la buena gente duerme mejor que la mala gente. Lo que pasa es que la mala gente se lo pasa bastante mejor cuando está despierta. Y por eso en aquel garito se lo estaban pasando tan bien. Aunque no estoy muy seguro porque, a veces, los peores antros a las peores horas están llenos de la mejor gente. Y yo creo que así era, porque allí estaba ella, al final de la barra, jodida y radiante. Y yo me enamoré, ¿quién no se ha enamorado al pie de una barra? El caso es que traté de raptarla pero fue muy difícil. Lope de Vega dice que el amor tiene fácil la entrada y difícil la salida. Y a aquel garito debía ocurrirle algo parecido porque aquella mujer llevaba muchas noches encerrada en aquel bar. Y muchos más días. Cien días.

Ismael Serrano

15/9/07

Recuerdo

No llamé, como supe en el mismo momento en que me separé de él, a Mario el día siguiente de nuestro regreso. Ni él me llamó a mí. Todo lo que nos unía no era, en ese momento, suficiente. Se había producido algún tipo, impreciso, de deterioro y, a veces, la única solución es dejar pasar el tiempo. Que él se encargue de hacer lo que los hombres por sí solos no pueden. Borra el recuerdo, produce nuevas necesidades; transforma el recuerdo.

Soledad Puértolas

14/9/07

La delicia

–Pero ¿qué es esa cosa que puede dar sentido a toda una existencia?

–Es algo mayor que el amor. No me malinterpretes, no quiero resultar críptico. Pero ¿cómo cercar toda la inmensidad del mar, toda la minucia de la mota de polvo? ¿Cómo explicar el silencio entre dos trenes que se cruzan y crean un pasillo infinito de aire intacto? Eso es la delicia. Ningún diccionario define la delicia como yo la concibo, en todo su esplendor. La delicia es un tipo de amor tridimensional, fabricado de amor de uno mismo y de amor del otro, de fascinación por el instante presente. La delicia conlleva en sí misma la fugacidad, el presentimiento de la pérdida. Los astros confluyen en el ahora mismo y uno sabe que ese instante perdurará para siempre en nuestra memoria y hará que los años tomen un valor añadido. Porque una vida puede durar un instante. Y uno puede quedarse a vivir sobre una mota de polvo y construir su casa en lo alto de un segundo. Cada día por vivir ese vuelve de pronto valioso. Porque un hombre en vida puede recordar. Y un muerto no. Una vez que hayas conocido la delicia, querrás seguir en vida.


Blanca Riestra

13/9/07

Profundidad

Recuerdo muchas cosas del pasado. Es curioso (tu dirás que es un signo de madurez; que al llegar a cierta edad queremos saber a que atenernos respecto al Cosmos y a nosotros mismos), hace poco tiempo que me dedico a bucear en el pasado, en mis recuerdos, y a destacar cosas a las que, cuando ocurrieron, no les di mayor importancia y que ahora, después de los años y a través de mi personalidad más acusada (o más madura), las veo y las juzgo de forma distinta a cuando las viví. Y es que yo ahondo ahora en las cosas y antes sólo lo externo me sorprendía. Ahora, para mí, las cosas y las personas, y hasta las palabras no son, no significan nada por lo que aparentan, sino por lo que son en su fondo, por lo que quieren significar, por su profundidad. No hay duda: ahora soy más auténtica.
Marta Portal

12/9/07

Annie

¿Conocen este chiste? Dos señoras de edad están en un hotel de alta montaña y dice una: Vaya, aquí la comida es realmente terrible. Y contesta la otra: Sí, y además las raciones son tan pequeñas... Pues, básicamente, así es como me parece la vida. Llena de soledad, miseria, sufrimiento, tristeza... Y sin embargo se acaba demasiado deprisa.

Otro chiste importante para mí es uno que generalmente se le atribuye a Groucho Marx, pero creo que fue Freud quien lo dijo en relación con el subconsciente. Y dice así, en paráfrasis: Jamás pertenecería a un club que tuviese a alguien como yo de socio. Ése es el chiste clave de mi vida adulta en cuanto a mis relaciones con mujeres. ¿Saben? Últimamente pasan cosas muy raras por mi cabeza, porque yo ya soy cuarentón y supongo que estoy pasando por alguna crisis vital. No sé. No me preocupa la vejez, no, no soy de esos, aunque me estoy quedando calvo de la coronilla, y eso es lo peor que se puede decir de mí. Sin embargo, creo que con la edad mejoraré. Sí. Creo que seré un ejemplar del tipo viril, calvo, digamos lo contrario de un distiguido canoso. A menos que no sea ninguno de los dos y acabe siendo uno de esos babeantes que con la bolsa de la compra al brazo entra en la cafetería, predicando el socialismo.

Annie y yo rompimos, y aún no puedo hacerme a la idea, sigo examinando metalmente las piezas de nuestras relaciones y analizando mi vida para averiguar dónde surgió el fallo. ¿Comprenden? Y no... Hace un año estábamos enamorados, muy enamorados y... No crean que soy un tipo fúnebre, tristón, y tampoco un depresivo. Yo tuve una infancia razonablemente feliz, creo... Me crié en Brooklyn, en la Segunda Guerra Mundial.

Woody Allen

10/9/07

Helena

Fixen o percorrido de ida e volta a toda présa, a punto de caer varias veces. Cando cheguei de novo a onde se atopaba Carlos, optei por sentarme á beira del, sen falarlle. El seguía chorando igual que antes, sen que se lle notase, na mesma actitude inmóbil, sen mover os ollos que tiña cravados no ceo. A pesar de que antes me refugara cando lle puxen a man na cabeza, atrevinme a facelo de novo, pero esta vez non me rexeitou. Fíxenlle unhas caricias coa punta dos dedos, desde a fronte ata a meixela, sen que el tratase de apartarme. Cando levaba así uns minutos, colleu a miña man coa súa, volveuse cara a min, miroume aos ollos e fixo un movemento que me permitiu deitarme ao seu lado, dunha maneira suave, case sen darme conta. Estivemos así pegados un ao outro e calados, ata que el mesmo me pasou a man pola cara e pronunciou o meu nome: "Helena". Eu esperaba que seguise falando, pero calou de novo, mirándome como se non me vise, e observei que tiña os ollos encarnados. Por primeira vez desde que o coñecía, comprobei que eran dunha intensa cor azul escura e que non brillaban como antes nin se movían con aquela rapidez de gato coa que o facían cando xogábamos no wigwan.

Carlos Casares

8/9/07

La octava maravilla

Mi abuelo me señaló el sol tan rojo a punto de desaparecer detrás del Árbol del Ahorcado. Mi abuelo dice que el suelo de Carabanchel es horroroso, pero que el cielo es de los más bonitos del mundo, tan bonito como las pirámides de Egipto o el rascacielos de King Kong. Es la octava maravilla del mundo mundial. Todo estaba tan quieto como en una película que echaron en la tele en la que un abuelo y un niño se quedaban los últimos en el cementerio después del entierro de uno que era negro. Pero esto era mucho mejor porque en la película de mi vida no habría ningún muerto de momento, me lo había prometido mi abuelo. No te lo vas a creer, pero creo que fue la tarde más feliz de mi existencia en el planeta Tierra.

Elvira Lindo

7/9/07

Cartas

Comencé a escribir cartas cuyo destinatario era aquel apetitoso desconocido. Hubiera podido averiguar datos suficientes sobre su persona, lo cual no constituía ninguna dificultad pues con cualquier excusa inventada podría robar información a la muchacha que estudiaba conmigo, pero quise mantener la discreción hasta el final, hasta que no quedara más remedio y tuviera que agenciarme una celestina. Supe que se llamaba Jorge y encabezaba las cartas con un Substancioso o Jugoso Jorge. Es la razón por la cual detesto despachar la correspondencia, el trauma provocado por lo que ocurriría más tarde debió sobrevivir en mí. Y claro, las cartas una empieza escribiéndolas sin ambición ni premura por enviarlas, más bien son el mejor método para hacer catarsis en soledad, pero luego caes en un sopor, en una amargura mezclada con frustración. Además el tipo no avanzaba, de las miradas de cordero degollado no pasaba, en alguna que otra ocasión esbozó una media sonrisa que me costó trabajo percibir por culpa del tupido mostacho. A una le invade el culillo porque el destinatario se entere, de inmediato, de nuestros sentimientos; buscamos una confidente con la ilusión de que ella será quien entregue los pliegos reescritos decenas de veces con letra apretada y trepidante.


Zoé Valdés

6/9/07

Promesas extremas

Estábamos frente a frente, despegados del mundo, de sus anomalías. Éramos dos estatuas vibrantes, sin más horizonte que nuestro amor:

– Nunca dejaré de quererte –le prometí.

Jamás pronuncié un “nunca” más sincero que aquél; sin embargo, no podía ser más absurdo. Tenía la petulancia de los “siempre”, de los “eternamente”, de los “para toda la vida…”. Yo no podía adivinar que a aquella edad las promesas extremas son siempre palabreos sin destino, voces que al menor tropiezo se estrellan contra el silencio.


Mercedes Salisachs

5/9/07

Asustada


Rodrigo estaba muy asustado, y hablaba con más severidad de la que acostumbraba. Escuchaba de fondo los pasos de Elsa, atrás y adelante, sobre las maderas del pasillo. Tarde llegó la respuesta.

–No tienes ni idea de lo que es esto. No puedes ni imaginarlo. Crees que tienes todas las soluciones, ahí, seguro en Desrein, sin nada que temer. Para ti es fácil decir haz, ven, no pasa nada. Haré lo que me parezca.

–¿Qué quieres decir con eso?

–¿Tú qué crees?

También ella estaba asustada. No era aquello lo que quería decir. Ven, Rodrigo, ámame, no me dejes, no permitas que piense, consuélame, dime lo que necesito oír, tú debes saberlo, tú me conoces, tú me quieres. Pero a cambio dijo:

–No sé ni lo que digo. Te llamaré luego, Rodrigo.

Él colgó sin contestar, y no supo si le había llegado su disculpa.

–Rodrigo…

Entonces el mundo se desintegró definitivamente, y sintió lo que era vivir sin aire. Respiró muy profundamente, creyendo que se ahogaba. Dejó el auricular en su sitio y recorrió el pasillo con un dedo siguiendo la pared. Dudó por un momento. Cogió la chaqueta y las llaves.

Espido Freire

3/9/07

Vixilia

E por fin amaneceu deixándolle dúas voluminosas bolsas nos ollos como dúbidas da noite en vela, aquela en que navegara entre o pasado e o presente con desigual acerto, nesa realidade sen coordenadas espazo-temporais que era a súa vida.David durmía feito un nobelo cando ela entrou preparar o almorzo. Nin sequera durmindo conseguía calar e as palabras sonámbulas e inconexas rompían aquela mañanciña sen luz de choiva omnipresente. Quen souber o que amaba en soños. Alba tivo por enésima vez a tentación de bicalo e por enésima vez reprimiuse. Non sabía por qué, pero non podía facelo. Non podía e, non obstante, non sabía se o fixera durante a vixilia. Entre a realidade e o soño Entre a contención e o desexo. Bailando entre ambas as dúas mentiras.

Rosa Aneiros

2/9/07

Felicidad

Supongo que nuestra repentina felicidad prefiguraba a sus ojos una especie de cuento de hadas imposible. Los enamorados y los recién nacidos tienen la virtud de despertar en quien los contempla, sean mendigos, putas, asesinos o emplazados, una candidez tan infantil, una esperanza tan vana, Todos parecen decirse: «Si esto puede ocurrir es que todo es posible. Si todo es posible quizás haya alguna esperanza para mí».

Nuestro enamoramiento parecía haber arrastrado con su fuerza a todos los que nos rodeaban. Y porque estábamos enamorados, todo el mundo se había enamorado de nosotros.

Fernando me contemplaba desde su lecho con un cariño inaudito, como si mi felicidad repentina fuese obra de sus manos nudosas. Yo también me sentía extrañamente benévola. Parecía como si mi repentino estado me hubiese velado los ojos con una tibia gasa de cariño universal. De pronto me encontré queriendo al orbe entero con todas mis fuerzas. Me retenía para no abrazar al triste Fernando como si me fuese la vida en ello. Hubiese querido decirle en aquellas largas tarde de sobremesa, cuando ambos nos encontrábamos ante una taza de café con leche, hablando como cotorras sobre una y mil inconsciencias:

«No te preocupes, voy a salvarte. Te salvaré y serás feliz. ¿No ves que soy fuerte? Voy a salvaros a todos. A haceros felices. Porque voy a quereros a todos con todo el corazón. ¿No te das cuenta de que llevo entre las manos una bola de vidrio invisible que transforma toda tristeza en alegría?»


Blanca Riestra

29/8/07

Si Peter Pan viniera

Uno de los finales más tristes de toda la literatura universal es el final de Peter Pan.

El tiempo ha pasado y Wendy es toda una mujer, tiene una hija, hermosa, tan hermosa como lo era ella la primera vez que pisó Nunca Jamás de la mano de Peter Pan. Wendy acaba de acostar a su niña, la habitación está a oscuras. De repente se abren las ventanas de par en par, contra el cielo estrellado se recorta la figura de Peter Pan. Wendy, vine a por ti. Es el tiempo de la limpieza de la primavera. Tienes que cuidar de mí y de los niños perdidos. Pero Wendy le confiesa que se ha olvidado de volar. No malgastes en mí el polvo de las alas de las hadas, le dice. Peter Pan, que aún es un niño, no entiende nada. Wendy le dice, encenderé la luz para que comprendas. Y por primera vez en su vida, que nosotros sepamos, Peter Pan tiene miedo y sólo acierta a decir: no enciendas la luz.

Esta noche encenderemos la luz con la certeza de que si Peter Pan viene a buscarnos podremos sostenerle la mirada sin darle un susto de muerte. Si Peter Pan viene a buscarles, no lo duden, miren su cara, y emprendan esa urgente huída. Y que no me entere yo que se marchan sin nosotros.


Ismael Serrano

24/8/07

Querido Ben

Querido Ben:

Una vez soñé que te perdía. Estábamos en
unos icebergs y no me acuerdo si tú te alejabas flotando de mí o yo de ti. Pero
recuerdo que me desperté a tu lado, era media noche y estaba lloviendo, como
hoy. Te oí respirar y me calmé. Era como si nos habláramos sin palabras. Me
pregunto cómo y cuándo aprendimos ese lenguaje secreto. Sólo sé que en algún
momento, en los silencios, te oía. Y ahora sólo me quedan las palabras, estas
palabras inútiles cuando lo único que quiero es volver a estar a tu lado. Hacer
que te sientas seguro, ayudarte a dormir. Recuperarte.

Felicity

23/8/07

Un miedo

Esa noche, es decir, hacía unas horas, el Poco la había acompañado a su casa, como siempre. Al cruzar la acera, cuando doblaron la plaza, el Poco la había agarrado de un hombro. Tenía la palma ardiente y seca, como de fiebre. Entonces ella le cogió la mano y le apretó suavemente los ásperos dedos contra su cuello. Anduvieron así un buen rato, quietos, sin hablarse, como disimulando su contacto. Pero cuando llegaron al portal el Poco se desasió bruscamente y se marchó sin añadir palabra. Bella intuyó entonces que la noche iba a ser larga, una noche de insomnio y muchos trenes. Cuando Bella dormía sola, en la habitación siempre había un rincón habitado por el miedo. A veces se quedaba ahí quieto, sin salir, sin atacarla, pero aún así ella sabía que existía, que permanecía agazapado. A veces el miedo aprovechaba los chirridos de la oscuridad, los crujidos del silencio, y entonces salía de su rincón y caía sobre ella como un rayo. Era su propio miedo, la conocía bien, y no había manera de defenderse de él. En esos casos Bella se limitaba a encogerse en la cama, a arrimar la espalda a la pared y esperar que amaneciera. Era un miedo muy pertinaz.

Rosa Montero

9/8/07

Despertar

He determinado por corroborar que la acción más importante en mi vida es despertar. Despertar del letargo impuesto por la espesa realidad. Despertar cada mañana y beber un café comprobando que el mar sigue ahí, gozándolo a través de las ventanas de mi refugio hexagonal. Despertar y beber un café y mirar al mar, esa es mi máxima aspiración.

Zoé Valdés

27/7/07

Vivir así

Empezamos a vivir así, como si cada día fuese el primero, como si cada día redescubriésemos el placer de poder estar juntos. No quiero daros una imagen falsamente ñoña de aquella época. En verdad todo era hermoso, pero no con la hermosura de los campanarios. Vivíamos no como dos recién casados, término a mi parecer peyorativo, sino como una pareja de homosexuales que se palmean en la espalda, que se besan y discuten, que se miran de igual a igual.


Parecía que aquello iba a durar siempre. Las largas discusiones hasta el alba, las partidas de mus con los vecinos. La extraña sensación de no estar solos, de formar una sociedad limitada con enormes posibilidades de futuro. Nunca llegue a mudarme al atelier pero mi habitación del segundo piso permanecía vacía casi siempre, relegada en el olvido. No vivíamos juntos pero estábamos juntos todo el tiempo.

Parecía como si aquella fuerza nueva nos hubiese hecho cambiar de opinión sobre las cosas. Empezamos a frecuentar las salitas del cineclub de Saint-Germain-de-Près donde ponían películas antiguas y los sillones se hundían como ciénagas bajo nuestro peso alegre. Pascal compraba palomitas caramelizadas y yo ponía mis piernas sobre sus rodillas, mientras alguna historia atroz de incesto o de crimen discurría ante nuestros ojos extrañamente regocijados. A veces nos citábamos como dos amantes de la belle époque en un restaurante ruso cerca de la rue de Bucy. Yo llegaba antes de tiempo para disfrutar del placer de la espera, para disfrutar del miedo de perderlo y verlo finalmente aparecer, empujando la puerta del Moscova, con su gabán de resistente empapado por la lluvia.

Comíamos con una nueva avidez, muertos de hambre, cuerpos desbocados por un existir tan fuerte, pasteles y bocadillos, patatas fritas con mayonesa. Nos emborrachábamos juntos como dos adolescentes que se percataban de la fuerza telúrica del alcohol en los baños de un colegio de curas. Éramos tontos, nos reíamos a morir por cualquier chiste sin gracia. Yo robaba huevos de chocolate en el supermercado de la esquina para deslizarlos bajo su almohada y que Pascal los encontrase al despertar, boquiabierto como un besugo, presentes dignos del ratoncito Pérez.

Yo era feliz, tan feliz como es posible. Nunca pensaba más que en el presente. Abandoné toda preocupación, toda filosofía de trastienda. La tristeza se me antojaba vieja de mil años, anticuada, ñoña, sin sitio alguno dentro de mis días. Y es que mis días estaban tan llenos, tan repletos de actividades esenciales: comer, dormir la siesta, andar en bicicleta bajo la lluvia, meredar, estirarme cuan larga era en el sofá, abandonar toda mala duda en el futuro.

- Nuestra vida es una perpetua y esplendorosa merienda. ¿No crees?

Empecé a recobrar el gusto perdido por los largos paseos interminables a través de aquel París bullidor de fin de fiesta. París sigue siendo esa ciudad lasciva del delta de Venus donde cada cortina encubre un cuerpo desnudo, un vaivén amoroso, donde cada ventana entornada ahoga un encuentro furtivo. París sigue siendo amiga del sensual pero enemiga acerba del solitario.

El París de los enamorados se asemeja al París de los niños o de los viejos. Pascal y yo nos encontrábamos así de pronto paseando por de Jardín aux Plantes, dándonos rendez-vous sin motivo alguno en el parque Montsouris, contemplando los barquichuelos del estanque en las Tullerías, leyendo el periódico bajo el sol tímido de invierno de los jardines de Luxemburgo. Nos sentábamos en las hamacas metálicas que pertenecen al parque donde los parisinos juegan a las cartas, leen Le Monde, se dan citas a ciegas. Yo apoyaba mi cabeza sobre su estómago, entornaba los ojos y veía estrellas de luz velada, o una cortina de carne, el periódico reflejaba los rayos de sol y yo escuchaba el latir pausado del corazón de mi amante.
Blanca Riestra

25/7/07

Cínica

Deixar de ser unha cínica custa un traballo inmenso. Pero agora entende as razóns polas cales o era. A imposibilidade de crer en ningúen. Aínda segue tendo redutos moi amplos de desconfianza dos que seguramente non se chegará a recuperar nunca. Sinceramente e por moito que lle diga a psicóloga, non cre que poida relacionarse nunca cun home como ve facer a tantas mulleres. Non é capaz de recuperarse dese dobre xogo. Non confía. Calquera deles podería mercar mulleres pola noite. Non, aí non chega. Non cre que poida chegar.

Pero os avances, malia todo, foron enormes. Brutais. E séntese ben orgullosa. Comezou timidamente. Comezou aprendendo a calcetar. Aprendendo a confiar, que as dúas comezan por c. Chegado un punto comprendeu que o seu cinismo non podía convivir coa ilusión dos xoves pola tarde. Así que deu o paso e achegouse á asociación de mulleres. Non estaba moi convencida e ao primeiro non comentou con ninguén. A dicir verdade ao primeiro non sabía moi ben como falar. Como se fala da ira? Como se fala do odio e da rabia que unha sente? Así que se dedicaba a aplicar a súa estratexia de sempre, a de afastarse comodamente. Podía falar da súa vida desde fóra. Pero á psicóloga aquilo non lle chegaba. E pouco a pouco a ela tampouco. Ata que un día sen saber moi ben como abriu as portas. Chorou como non facía desde nena. Chorou e berrou e proclamou que odiaba á súa mai, que non cría en nada, que odiaba aos homes, a todos e cada un só por nacer, que odiaba o seu corpo... rompeu. Para volver a compoñerse. Ese fora o comezo dun novo camiño.

María Reimóndez

23/7/07

Música sin nombre


Yo no lo dudaba: me parecía ver en Román un fondo inagotable de posibilidades. En el momento en que, de pie junto a la chimenea, empezaba a pulsar el arco, yo cambiaba completamente. Desaparecían mis reservas, la ligera capa de hostilidad contra todos que se me había ido formando. Mi alma, extendida como mis propias manos juntas, recibía el sonido como una lluvia la tierra áspera. Román me parecía un artista maravilloso y único. Iba hilando en la música una alegría tan fina que traspasaba los límites de la tristeza. La música aquella sin nombre. La música de Román, que nunca más he vuelto a oír.

El ventanillo se abría al cielo oscuro de la noche. La lámpara encendida hacía más alto y más inmóvil a Román, sólo respirando en su música. Y a mí llegaban oleadas, primero, ingenuos recuerdos, sueños, luchas, mi propio presente vacilante, y luego, agudas alegrías, tristezas, desesperación, una crispación impotente de la vida y un anegarse en la nada. Mi propia muerte, el sentimiento de mi desesperación total hecha belleza, angustiosa armonía sin luz.


Carmen Laforet

22/7/07

Mujeres

Muchos hombres, por la educación que han recibido, siguen esperando ser el eje de la vida de una mujer o, al menos, parten de la idea de que la mujer se adaptará a sus necesidades y exigencias. Quizás este tipo de relación pueda resultar más adecuada a una mujer joven, con una personalidad poco definida y con menos experiencia, aunque cada día hay más mujeres jóvenes decididas y que saben bien lo que quieren.

Las mujeres hoy tienen una vida bastante completa. No necesitan ni buscan los beneficios materiales que les pueda aportar un hombre, ni una excusa para llenar sus vidas. Tampoco necesitan la compañía de un hombre para sobrevivir, ni para sentirse bien consigo mismas, ni alguien que defina sus vidas y dé sentido a su existencia, al haberlo logrado en buena parte. En consecuencia, no consideran el matrimonio como algo imprescindible para ser adultas, de manera que por primera vez hay un sector numeroso de mujeres que puede elegir no casarse. No precisan estar casadas para estar satisfechas, porque no estar casadas no es para ellas el fin del mundo. Están comprometidas consigo mismas y a gusto dentro de su piel.

Entonces, ¿qué buscan estas mujeres?

Carmen Alborch

21/7/07

Belleza

Porque se diga lo que se diga, los libros dan respuestas. Aunque no sean soluciones, aunque no sean definitivas. Respuestas instantáneas, luces que relampaguean en la oscuridad. Una hermosa frase, un pasaje de una novela, un verso: allí está, de pronto, la verdad. Y todo el sin sentido, y todo el desorden, se convierten, repentinamente, en belleza.

Soledad Puértolas

12/7/07

Olvido

Existen infinitos modos de matar a una persona. Muchos de ellos son fáciles. Existe el olvido, llega la muerte. Se olvida todos los días, y los muertos son discretos. No regresan de la muerte. Ni del olvido. Olvidaron a Elsa tantas veces, tanta gente. A tantas Elsas. Simplemente, pasó su tiempo, continuó la vida y su lugar fue ocupado por otras cosas, por otras personas.

Hubiera sido inútil buscar culpables.



Espido Freire

7/7/07

Volver

Pensó en la tarde dorada de mayo en que acabó su primera novela y se sintió solo, desamparado y triste, porque tuvo la sensación de que lo que contaba había dejado de ser suyo. Luego apareció Sandra Lübeck y publicaron la novela, todo gracias a ella, fue Sandra quien puso la cara por él, “y dónde andarás ahora, Sandrita”, y supo que estaba donde estaban los otros: en un lugar remoto que se llama pasado. Los recordó uno por uno, y lo que es peor, los recordó como eran hacía veinte años para descubrir sobresaltado que ya no podrían ser. Por primera vez se enfrentó con la certeza de la imposibilidad del regreso, con las consecuencias del paso del tiempo que había transcurrido sin piedad. Los días se deslizaban sin ruido, venían los meses y los lustros, pero en ningún momento pensó que iba perdiendo definitivamente todo lo que dejaba atrás, los años de estudiante, los primeros libros, las amistades que nunca creyó que pudieran no ser eternas, los lugares por los que había pasado de puntillas y renunciado a hacer suyos mientras buscaba a tientas por todo el mundo su propia geografía. Tuvo que admitir que estaba perdido en el camino de ida, y ya era demasiado tarde para volver con la frente marchita, porque de una cosa estaba seguro: ya no había ningún sitio al que volver. Y en los días sucesivos se dio cuenta de algo terrible: tampoco había ningún sitio en el que quedarse.

Marta Rivera de la Cruz


4/7/07

Dos mujeres

Había dos mujeres en Teresa: la que recibía a Regina y Albert y conversaba con ellos en la sala de estar que daba al patio, la única habitación dotada de luz natural, y la que compartía el verano con Regina. Las dos tenían en común un fondo de tristeza. La primera parecía caminar sobre arenas movedizas y pasaba de la locuacidad a un malhumorado silencio, de la risa a la melancolía; pero a Regina le daba la impresión de que estaba realmente allí, avanzando con ellos hacia el inevitable final de la tarde. La otra Teresa, en cambio, la que se quedaba a solas con Regina, no experimentaba altibajos y cuidaba de ella con serena atención, pero se comportaba como si estuviera ausente. Algunas monjas de su colegio actuaban así, ejecutaban tareas sin desmayo mientras pensaban en otra cosa, en Dios, decían, nosotras pensamos en Dios a todas horas. Regina no sabía explicarse qué clase de Dios podía absorber la mente de Teresa, que no era creyente y a menudo discutía sobre religión con su padre. Para ella no había otro paraíso ni otro infierno que los que encontramos en este mundo.

Maruja Torres

27/6/07

No te vi

Por eso, el primer día no te vi. Eras un hombre más a la vera del camino. Un paseante que se detiene un momento y nos mira pasar; pero tal vez no nos ve. No ve lo que ven sus ojos. Está viendo dentro de sí. Nuestras miradas se cruzaron, pero yo no te vi. No sentí tu presencia. No te tendí la mano para que me ayudases a seguir. Yo tenía un camino que andar, y saboreaba el paisaje y su novedad. Lo importante para mí eran mi “yo” y mi horizonte. Mis labios no entonaban una canción para distraer el cansancio ni buscaba compañía para el camino. Las personas me tenían sin cuidado; las gentes no habían sabido darme nada. Quizá porque para recibir hay que entregarse primero, y yo nunca me había entregado. Yo me poseía a mí misma.


Marta Portal

26/6/07

Ser coherente

Él la escuchaba en silencio, interviniendo apenas, sólo para insultarles como un eco, en su voz el reflejo de cada uno de sus insultos, las secas sentencias emitidas por ella, que asentía gravemente después para confirmarlo, sí, la verdad es que se portó como un cabrón, y luego tomaba aire para empezar otra vez, yo le quería, ¿sabes?, le quería. Agotó la lista de todos sus amores contrariados antes de mirarle un instante a los ojos y aferrar su muñeca fuertemente con la mano. Si yo pudiera, dijo entonces, si yo pudiera lograr… Le pidió que terminara la frase pero ella no quiso seguir, él no le dio importancia, los dos estaban borrachos, bebieron un poco más, hablaron de otras cosas, la facultad y la carrera y los padres y los hermanos y las vacaciones y los horarios, y sólo al final, su mano empuñando ya el picaporte de una puerta sucia, mal pintada, en el sucio y mal pintado corredor de aquel horrible hotel barato, cuando él, tras despedirse cortésmente, se disponía a marcharse a su habitación, dos pisos más arriba, Teresa le detuvo con la mirada y habló por fin, con el ridículo acento de las cosas trascendentes. No soy una mujer coherente, dijo, no consigo serlo.

Almudena Grandes

24/6/07

La segunda vez que lo vio

La segunda vez que lo vio fue a través de un cristal, un mes después del encuentro imprevisto y cuando pasó por casualidad delante de la casa donde él vivía. Estaba sentado tras la ventana de su despacho con un libro en las manos y los ojos puestos en la lluvia de la tarde, iluminado por una luz del color del ámbar que parecía surgir de muy lejos. Detrás de la figura triste del profesor, difuminada por los cristales empañados y el trayecto de las gotas de lluvia en la ventana, Luisa percibió el aroma cálido de la madera del escritorio, el polvo tenue que se acumulaba sin decoro en el barniz de la biblioteca, la temperatura inhóspita de la chimenea eternamente apagada porque no había nadie que se ocupara de encenderla. Vio a Cósimo Herrera con la edad que tenía, intuyó sus limitaciones y adivinó sus defectos. Lo reconoció y lo aceptó tal como supo que era, en su tristeza innata y su humor sombrío, en sus manías y en la interminable legión de caprichos que debía haber acumulado después de vivir tanto tiempo consigo mismo. Lo imaginó enfrentando solo las tardes sin sol y las noches larguísimas del invierno que se avecinaba, buscando en los manuscritos polvorientos el sentido último de su existencia y hallando retazos mezquinos de vida en las páginas muertas de los volúmenes de la biblioteca. Aquella tarde, mientras caía la lluvia y el viento de septiembre se llevaba por delante las hojas de todos los árboles, se dio cuenta de que estaba perdida, irremediablemente enamorada de aquel hombre ajeno que miraba la lluvia y se agarraba a un libro como si fuera su único asidero a la vida.

Marta Rivera de la Cruz

21/6/07

Noches

Lo cierto es que las noches me resultan acogedoras. Siento los astros del firmamento como si fuesen los poros de tu piel y sus cometas, como las gotas de sudor que veía caer por tu espalda. Me quedo extasiada mirando su eternidad, desconcertada en rincones que no existen, indagando nuevos senderos que me conduzcan a ti, a la amplitud de tus ojos. Las noches me recuerdan a ti, por eso me gustan. Por eso me abrazan y me transmiten tu calor, y el perfume con que envolvías nuestro letargo.

Eres mi cordura en este mundo loco, me decías.

Y yo sonreía.

Sabías que con ese gesto te confesaba mil secretos, te contaba historias con finales felices, te regalaba el mundo y ponía a tus pies tesoros incalculables.

No dejes de sonreír, por favor, y enmudecías con mis besos.

Las noches me saben a ti. Su oscuridad es el pozo donde guardamos infinitos "te quiero" y el vacío que otros hallan en ellas es mi aliento. Dibujo, una vez más, tus dedos acariciando mi vientre, encaprichándose con mi ombligo y convirtiéndolo en el centro de tu universo. Llévame a las estrellas, fue mi súplica. Después adulé tu pelo, acerqué tu rostro para verlo más lejos, más allá de donde estábamos y de donde podíamos llegar, del infinito. Entonces no supe qué decir, porque estaba todo dicho mucho tiempo atrás. Al fin, yacías dentro de mí. Éramos inmensidad. Busqué tu mirada para encontrar en ella un asidero que me agarrase a algún lapso, pero en lugar de eso, los dos nos perdimos, juntos, como uno sólo. Y ya no quise dar con lo concluso, no me hacía falta. Me gustan las noches porque no son tangibles. Como tu y yo lo fuimos. Me recreo en esa sensación, la revivo y todo mi cuerpo experimenta la misma agitación, callada a los oídos de los demás porque sólo tú eres capaz de escucharla.

De niña me inquietaban las noches. No las comprendía. Parecía absurdo que a una hora determinada fuese necesario cerrar los ojos y perder la consciencia sobre un colchón. La luna allá a lo lejos, los cuentos antes de acostarse, las luces apagadas del comedor y la cocina, las persianas bajadas, el silencio... creaban una esfera de misterio casi irónica.

- ¿Tienes miedo a la oscuridad?

- No, contestaba siempre.

Quizás fui demasiado ingenua al pensar que nada nos separaría. Habíamos pasado por tantas cosas que resultaba absurdo creer en una despedida. Puede que por eso no la hayamos tenido. No lo sé. Ahora es de noche, pero no es una noche cualquiera. Es abrumadora. En el cielo pueden distinguirse nítidamente todas las estrellas y cualquier loco se atrevería a contarlas creyéndose el iniciador de una gran proeza. 1,2,3... 4, 5, 6... 7... Corre una brisa fina, que choca en mi cara y en mis manos y, por más que lo intento, no consigo retenerla. A ti tampoco te retuve. Aún escucho tu respiración. Donde quiera que vaya hallo tus huellas. Enloquezco por momentos viendo tu semblante en las esquinas. Y te aseguro que antes no era así. No, antes no. Desde que no estás rebusco en los cajones los viejos recuerdos. ¿Sabes por qué hablan de amor? Porque no lo conocen. Yo no hablo de amor. Hablo de algo tan extraordinario que escapa a la razón.

Cada noche que pasa es una nueva quimera personal. Todas están inundadas de un sabor agridulce: son el ansiado final de un día, de horas de angustia por tu ausencia. Pero también son el anticipo de una nueva jornada que me alejará más de ti y del pasado. Me alivian y a la vez desgarran mi magullado corazón. Es curioso. Son un fatum incesante, una tragedia griega que no ve bajar el telón. Y yo me he condenado a quererte hasta una saciedad que jamás consigo alcanzar.Quisiera gritar al mundo que nada me importa, pero no puedo. Me importas tú. Y no deja de ser deprimente no lograr olvidar las sombras en color. Los anocheceres que vivimos juntos son dagas clavadas en mis entrañas. El sol luchando por no tocar la linea que marca el horizonte, la luna impaciente por ser la única protagonista, la sensación de levedad que me provocan... Tú y yo... Noches...

19/6/07

Amor

Cuando te enamoras locamente, en los primeros momentos de la pasión, estás tan lleno de vida que la muerte no existe. Al amar eres eterno. Porque la pasión es el mayor invento de nuestras existencias inventadas, la sombra de una sombra, el durmiente que sueña que está soñando. Es como bailar con alguien un vals muy complicado y bailarlo perfecto. Giras y giras en brazos de tu pareja, trenzando intrincados y hermosísimos pasos con los pies alados; y resuena la música en tus oídos, y el mundo es un chisporroteo de arañas de cristal y candelabros de plata, de sendas relucientes y zapatos lustrosos, el mundo es una vorágine de brillos y tu baile está rozando la más completa belleza, una vuelta y otra y continúas sin romper el compás, es prodigioso, con lo mucho que temes perder el ritmo, pisar a tu pareja, ser una vez más torpe y humana; pero logras seguir un paso más, y otro y tal vez otro, volando entre los brazos de tu propia locura. Cuando amas apasionadamente tienes la sensación de que, al instante siguiente, vas a conseguir compenetrarte hasta tal punto con el amado que os convertiréis en uno solo; es decir, intuyes que está a tu alcance el éxtasis de la unión total, la belleza absoluta del amor verdadero. Cuando estás sumido en una pasión, vives obsesionado por la persona amada hasta el punto de que todo el día estás pensando en ella; te lavas los dientes y ves flotando su rostro en el espejo, vas conduciendo y te confundes de calle porque estás obnubilado con su recuerdo, intentas dormirte por las noches y en vez de deslizarte hacia el interior del sueño caes en los brazos imaginarios de tu amado. Yo también he sentido la furiosa llamada de esa pulsión. Es estar habitado por un revoltijo de fantasías, a veces perezosas como las lentas ensoñaciones de una siesta estival,a veces agitadas y enfebrecidas como el delirio de un loco. Es nuestro pecado original. Tal vez la sensación de inmortalidad que sentimos cuando amamos sea un truco orgánico. Esa habilidad nuestra para complicarlo todo. Ese tipo de cosas suceden todo el rato.


Rosa Montero

18/6/07

Embustera

En la elección de tu madre seguramente tenía que ver la nueva libertad de las costumbres, pero también había la huella de alguna otra cosa. ¿Cuántas cosas sabemos de cómo funciona la mente? Muchas, pero no todas. ¿Quién puede entonces decir si ella, en algún oscuro rincón de su inconsciente, no había intuido que el hombre que estaba con ella no era su padre? Muchas inquietudes, muchas inestabilidades, ¿no provendrían acaso de eso? Mientras fue pequeña, mientras fue una muchacha, una adolescente, nunca me planteé esa pregunta, la ficción dentro de la que yo la había hecho crecer era perfecta. Pero cuando regresó de aquel viaje con una panza de tres meses, entonces todo volvió a mi mente. No se puede huir de las falsedades, de las mentiras. O, mejor dicho, se puede huir durante algún tiempo, pero después, cuando menos te lo esperas, vuelven a aflorar, ya no dóciles como en el momento en que las dijiste, aparentemente inofensivas, no; durante el período de alejamiento se han convertido en monstruos horribles, en ogros que todo lo devoran. Las descubres y, un segundo después, te atropellan, te devoran y, contigo, todo lo que te rodea, con una avidez tremenda. Un día, cuando tenías diez años, volviste de la escuela llorando. «¡Embustera!», me dijiste, e inmediatamente te encerraste en tu habitación. Habías descubierto la mentira de aquel cuento.

Embustera podría ser el título de mi autobiografía. Desde que nací sólo he dicho una mentira.

Con ella he destruido tres vidas.

Susanna Tamaro

11/6/07

María


María contemplaba el mar del norte que un viento frío erizaba y que iluminaba un sol sutil, mientras el cielo se deshacía interminablemente en lluvia, como sus propios ojos amenazaban deshacerse en lágrimas. Aquella sucesión de infinitos matices de verde (la tierra) y de gris (el cielo) le recordaban a los ojos de Grahame, los mismos ojos que cruzaron con los suyos aquella mirada desolada. Una vez más, María había preferido poner tierra de por medio ante una situación que le desbordaba. Imposible explicar por qué lloraba tanto, a quién echaba en realidad de menos, si a Grahame, o a Miguel, o a Lilian, o a Andy, o a la María presuntamente feliz, de una complacencia ignorante y bovina, que había sido apenas seis meses antes, cuando la vida era tibia y plana, sosegada, y cada día, en su beatitud, parecía idéntico al anterior y al siguiente.

El mar, esa llanura inmensa y móvil, contenía millones de billones de trillones de pequeños organismos que habitaban en él, como dentro de María convivían infinitas Marías que componían todo el espectro definible de personalidades femeninas. No se aburrió ni un sólo momento, a solas consigo misma, o con sus nosotras, los ojos invadidos del reflejo del mar, inacabable. Pasó allí dos noches, jugó con las gaviotas, contempló los juegos de las focas, y, por fin, se decidió a volver.

Lucía Etxebarria

Verás, papá

– Verás, papá, este verano voy a cumplir diecisiete años…– intentaba improvisar, pero él echó una ojeada a su reloj y, como de costumbre, no me dejó terminar.

Uno, si quieres dinero, no hay dinero, no sé en qué coño os lo gastáis. Dos, si te quieres ir en julio a Inglaterra a mejorar tu inglés, me parece muy bien, y a ver si convences a tu hermana para que se vaya contigo, estoy deseando que me dejéis en paz de una vez. Tres, si vas a suspender más de dos asignaturas, este verano te quedas estudiando en Madrid, lo siento. Cuatro, si te quieres sacar el carnet de conducir, te compro un coche en cuanto cumplas dieciocho, con la condición de que, a partir de ahora, seas tú la que pasee a tu madre. Cinco, si te has hecho del Partido Comunista, estás automáticamente desheredada desde este mismo momento. Seis, si lo que quieres es casarte, te lo prohíbo porque eres muy jóven y harías una tontería. Siete, si insistes a pesar de todo, porque estás segura de haber encontrado el amor de tu vida y si no te dejo casarte te suicidarás, primero me negaré aunque posiblemente, dentro de un año, o a lo mejor hasta dos, termine apoyándote sólo para perderte de vista. Ocho, si has tenido la sensatez, que lo dudo, de buscarte un novio que te convenga aquí en Madrid, puede subir a casa cuando quiera, preferiblemente en mis ausencias. Nueve, si lo que pretendes es llegar más tarde por las noches, no te dejo, las once y media ya están bien para dos micos como vosotras. Y diez, si quieres tomar la píldora, me parece cojonudo, pero que no se entere tu madre.


Almudena Grandes

6/6/07

Su madre

- No, no, escúchame. - El corazón había dejado de latir con fuerza, y ahora me sentía sorprendentemente tranquila-. El día que tu madre se muera (y se va a morir antes que tú, a no ser que al pobre Aitor se le vaya la mano en la próxima paliza) vas a recordar una por una todas las cosas horribles que le has dicho. Y te puedo asegurar que las seguirás recordando toda la vida. Y ¿sabes qué? Te va a doler tanto cada insulto, cada falta de respeto, vas a tener unos remordimientos tan tremendos, que es muy posible que te vuelvas loca. Por eso me das lástima. No porque estés colgada de un miserable.

Me levanté, cogiendo el bolso de un zarpazo, y pagué la cuenta de ambas en la caja del restaurante. Berta se quedó allí, asombrada y sola, sin entender muy bien lo que había pasado. Algún día lo comprenderá todo. Sólo espero que no sea demasiado tarde, ni para su madre ni para ella.


Marta Rivera de la Cruz

2/6/07

Más allá

Estaba mucho más allá, en ese más allá ilocalizable adonde precisamente ponen proa los ojos de todas las mujeres del mundo cuando miran por una ventana y la convierten en punto de embarque, en andén, en alfombra mágica desde donde se hacen invisibles para fugarse. Nadie puede enjaular los ojos de una mujer que se acerca a una ventana, ni prohibirles que surquen el mundo hasta confines ignotos. En todos los claustros, cocinas, estrados y gabinetes de la literatura universal donde viven mujeres existe una ventana fundamental para la narración, de la misma manera que la suele haber también en los cuartos inhóspitos de hotel que pintó Edward Hopper y en las estancias embaldosadas de blanco y negro de los cuadros flamencos. Basta con eso para que se produzca a veces el prodigio: la mujer que leía una carta o que estaba guisando o hablando con una amiga mira de soslayo hacia los cristales, levanta una persiana o un visillo, y de sus ojos entumecidos empiezan a salir enloquecidos, rumbo al horizonte, pájaros en bandada que ningún ornitólogo podrá clasificar, cazar ningún arquero ni acariciar ningún enamorado y que levantan vuelo hacia el reino inconcreto del que sólo se sabe que está lejos.

Carmen Martín Gaite

31/5/07

Gallegos

Tengo en casa un antiguo álbum de Castelao: 49 láminas en folio, cada una con su leyenda. Nós, se llama. Los dibujos son de hace casi un siglo: viñetas de la vida gallega campesina y marinera, nacidas como consecuencia de las huelgas de la época, las matanzas de labriegos y el caciquismo. Imágenes y textos tan pesimistas y terribles que queman como un rayo de sol a través de una lupa. De vez en cuando le echo un vistazo, por la belleza de sus estampas y por el conmovedor sentido de sus textos. La lámina número 9 muestra a una pobre aldeana que carga un ataúd rotulado Ley mientras dice : ¡Canto pesa e como fede! En la número 16, un niño pobre le dice a otro: O que sinto eu é que algún que maltratou a miña nai morra denantes de que eu chegue a home. Y en la 37, un campesino comenta, hablando de sus rapaces: Téñoche un tan listo que ten quince anos e xa non cre en Deus. Hay otras láminas irónicas y terribles, incluida una que me remueve por dentro cada vez que la miro : Eu non quería morrer alá. ¿Sabe, miña mai? En ella, ante una pobre mujer resignada, bajo un crucifijo y una mesa con medicinas, un demacrado emigrante agoniza. Gallegos. Ahora, con la historia del Prestige he vuelto a pasar las páginas de Nós. Ya no es, por supuesto, aquella Galicia donde el pobre anciano daba su hijo para Cuba y su nieto para Melilla, y luego perdía la mísera choza por no poder pagar los impuestos. Sin embargo, quedan ecos. Aunque ese ángulo de España es moderno aún conserva desdichados aires de lo que, habiedo cambiado, nunca ha cambiado del todo: el lastre del caciquismo, la injusticia y el olvido. Pensé mucho en estos días, viendo a los gallegos en la tele, oyéndolos hablar en la radio con la amarga y sabia gravedad de quien lo tiene todo muy claro. Conscientes, desde los tiempos de Castelao y desde mucho antes, de que as sardiñas volverían se os Gobernos quixoesen; pero los Gobiernos, o no quieren, o hasta ahora les importaron las sardinas un carajo. Por eso, cuando el enemigo asomó frente a Fisterra en forma de mancha de fuel, los gallegos, en vez de mirar a Madrid y llorar cruzados de brazos esperando soluciones o milagros, salieron a pelear, estoicos, que no resignados -como creen políticos idiotas-, sabiendo desde el principio que iban a hacerlo, como siempre, solos. Con silencios, dignidad y coraje. A reñirle a la vida ese duro combate en el que son expertos desde hace siglos, dejándose la piel en las playas y en el mar. Luego vino la hermosa solidaridad de otros lugares y gentes de España; y al cabo, la lenta y torpe reacción oficial. Pero eso fue después. Al principio, cuando se lanzaron a la lucha, los gallegos ni pedían, ni esperaban. Sólo contaban con sus pobres medios. Y con sus cojones. Es la lección admirable de esta tragedia: la extrema dignidad gallega incluso en el caos de la imcompetencia oficial y la desesperanza. No queremos limosnas, sino ayuda, repetían. Que las marquesas del Rastrillo se metan los juguetes de reyes donde les quepan, y que quede claro que la pasta recaudada por éstos o aquéllos es para pagarse sus banderitas, y no cosa nuestra. Aquí no hace falta caridad, porque tenemos manos y cabeza. Lo que necesitamos son los medios técnicos y vergüenza por parte de la Xunta, del Gobierno y de la puta que los parió. Y oyéndolos, viéndolos organizarse y actuar con sus barcos y los artilujios fruto de su ingenio, y encima irse a Francia a explicar a los gabachos que la marea negra no había que esperarla en la costa, sino ir a su encuentro con decisión y combatirla en alta mar, me estremecí de admiración y orgullo confirmando en sus palabras, es sus rostros curtidos y duros, en la firmeza de las mujeres que chapoteaban entre el fango, que habrían peleado igual aunque hubiesen estado solos, porque lo estuvieron siempre, y tienen costumbre. Así que, a partir de ahora, más vale que los Gobiernos se espabilen con las sardinas. Las cosas han cambiado desde aquel En Galiza non se pide nada. Emígrase, de Castelao. La nueva leyenda se la han ganado a pulso dando ejemplo a toda España, y es otra: En Galiza non se pide nada. Lóitase.


Arturo Pérez Reverte