31/5/07

Gallegos

Tengo en casa un antiguo álbum de Castelao: 49 láminas en folio, cada una con su leyenda. Nós, se llama. Los dibujos son de hace casi un siglo: viñetas de la vida gallega campesina y marinera, nacidas como consecuencia de las huelgas de la época, las matanzas de labriegos y el caciquismo. Imágenes y textos tan pesimistas y terribles que queman como un rayo de sol a través de una lupa. De vez en cuando le echo un vistazo, por la belleza de sus estampas y por el conmovedor sentido de sus textos. La lámina número 9 muestra a una pobre aldeana que carga un ataúd rotulado Ley mientras dice : ¡Canto pesa e como fede! En la número 16, un niño pobre le dice a otro: O que sinto eu é que algún que maltratou a miña nai morra denantes de que eu chegue a home. Y en la 37, un campesino comenta, hablando de sus rapaces: Téñoche un tan listo que ten quince anos e xa non cre en Deus. Hay otras láminas irónicas y terribles, incluida una que me remueve por dentro cada vez que la miro : Eu non quería morrer alá. ¿Sabe, miña mai? En ella, ante una pobre mujer resignada, bajo un crucifijo y una mesa con medicinas, un demacrado emigrante agoniza. Gallegos. Ahora, con la historia del Prestige he vuelto a pasar las páginas de Nós. Ya no es, por supuesto, aquella Galicia donde el pobre anciano daba su hijo para Cuba y su nieto para Melilla, y luego perdía la mísera choza por no poder pagar los impuestos. Sin embargo, quedan ecos. Aunque ese ángulo de España es moderno aún conserva desdichados aires de lo que, habiedo cambiado, nunca ha cambiado del todo: el lastre del caciquismo, la injusticia y el olvido. Pensé mucho en estos días, viendo a los gallegos en la tele, oyéndolos hablar en la radio con la amarga y sabia gravedad de quien lo tiene todo muy claro. Conscientes, desde los tiempos de Castelao y desde mucho antes, de que as sardiñas volverían se os Gobernos quixoesen; pero los Gobiernos, o no quieren, o hasta ahora les importaron las sardinas un carajo. Por eso, cuando el enemigo asomó frente a Fisterra en forma de mancha de fuel, los gallegos, en vez de mirar a Madrid y llorar cruzados de brazos esperando soluciones o milagros, salieron a pelear, estoicos, que no resignados -como creen políticos idiotas-, sabiendo desde el principio que iban a hacerlo, como siempre, solos. Con silencios, dignidad y coraje. A reñirle a la vida ese duro combate en el que son expertos desde hace siglos, dejándose la piel en las playas y en el mar. Luego vino la hermosa solidaridad de otros lugares y gentes de España; y al cabo, la lenta y torpe reacción oficial. Pero eso fue después. Al principio, cuando se lanzaron a la lucha, los gallegos ni pedían, ni esperaban. Sólo contaban con sus pobres medios. Y con sus cojones. Es la lección admirable de esta tragedia: la extrema dignidad gallega incluso en el caos de la imcompetencia oficial y la desesperanza. No queremos limosnas, sino ayuda, repetían. Que las marquesas del Rastrillo se metan los juguetes de reyes donde les quepan, y que quede claro que la pasta recaudada por éstos o aquéllos es para pagarse sus banderitas, y no cosa nuestra. Aquí no hace falta caridad, porque tenemos manos y cabeza. Lo que necesitamos son los medios técnicos y vergüenza por parte de la Xunta, del Gobierno y de la puta que los parió. Y oyéndolos, viéndolos organizarse y actuar con sus barcos y los artilujios fruto de su ingenio, y encima irse a Francia a explicar a los gabachos que la marea negra no había que esperarla en la costa, sino ir a su encuentro con decisión y combatirla en alta mar, me estremecí de admiración y orgullo confirmando en sus palabras, es sus rostros curtidos y duros, en la firmeza de las mujeres que chapoteaban entre el fango, que habrían peleado igual aunque hubiesen estado solos, porque lo estuvieron siempre, y tienen costumbre. Así que, a partir de ahora, más vale que los Gobiernos se espabilen con las sardinas. Las cosas han cambiado desde aquel En Galiza non se pide nada. Emígrase, de Castelao. La nueva leyenda se la han ganado a pulso dando ejemplo a toda España, y es otra: En Galiza non se pide nada. Lóitase.


Arturo Pérez Reverte


26/5/07

Perfección

Pero aunque uno lo haga mal, no desiste porque cuando se imagina lo que se puede llegar a hacer… No, yo no me hago ilusiones, pero no estoy dispuesta a prescindir, a dejar de responder a la llamada… ¿Qué no estoy dispuesta? Que no puedo, sencillamente. No puedo dejar de responder a todo, a toda cosa en la que se pueda meter las manos. Y no es deseo de mangonear, no, es que esa emoción, ere arrebato que me produce la perfección –la vista o la imaginada– lo sufro por las cosas más increíbles… ¡Por cosas tan diferentes! Y la emoción es la misma. De eso es de lo que estoy segura, ¡es la misma!... Es como si eso, la perfección, pudiera, quisiera estar en todo, como si fuera la cúspide de todo…

Rosa Chacel

20/5/07

Rabia

La rabia, como una bola gorda e irresistible que se le hubiera encallado en la garganta, se adueñó de ella. Le pegó un puntapié a la alfombra pequeña que había al lado de la cama, que fue a parar, encogida, polvorienta, carmesí, al otro lado de la pared. La miró con la cara crispada, con ira. Hubiera pateado todos los muebles de la habitación. La zapatilla de paño, grande, deformada, se le había salido del pie y tuvo que ir a recogerla.

Se sentó en el borde de la cama con el pecho palpitante. Algo hervía dentro, algo que quería enfriar porque le resultaba incómodo, molesto. Se sentó con los brazos cruzados, apretados, hasta que le dolieron. Sin saber qué hacer. Con la vaga impresión de que alguien le había encerrado y de que tenía que buscar un resquicio, una abertura cualquiera para escapar.

Concha Alós