27/6/07

No te vi

Por eso, el primer día no te vi. Eras un hombre más a la vera del camino. Un paseante que se detiene un momento y nos mira pasar; pero tal vez no nos ve. No ve lo que ven sus ojos. Está viendo dentro de sí. Nuestras miradas se cruzaron, pero yo no te vi. No sentí tu presencia. No te tendí la mano para que me ayudases a seguir. Yo tenía un camino que andar, y saboreaba el paisaje y su novedad. Lo importante para mí eran mi “yo” y mi horizonte. Mis labios no entonaban una canción para distraer el cansancio ni buscaba compañía para el camino. Las personas me tenían sin cuidado; las gentes no habían sabido darme nada. Quizá porque para recibir hay que entregarse primero, y yo nunca me había entregado. Yo me poseía a mí misma.


Marta Portal

26/6/07

Ser coherente

Él la escuchaba en silencio, interviniendo apenas, sólo para insultarles como un eco, en su voz el reflejo de cada uno de sus insultos, las secas sentencias emitidas por ella, que asentía gravemente después para confirmarlo, sí, la verdad es que se portó como un cabrón, y luego tomaba aire para empezar otra vez, yo le quería, ¿sabes?, le quería. Agotó la lista de todos sus amores contrariados antes de mirarle un instante a los ojos y aferrar su muñeca fuertemente con la mano. Si yo pudiera, dijo entonces, si yo pudiera lograr… Le pidió que terminara la frase pero ella no quiso seguir, él no le dio importancia, los dos estaban borrachos, bebieron un poco más, hablaron de otras cosas, la facultad y la carrera y los padres y los hermanos y las vacaciones y los horarios, y sólo al final, su mano empuñando ya el picaporte de una puerta sucia, mal pintada, en el sucio y mal pintado corredor de aquel horrible hotel barato, cuando él, tras despedirse cortésmente, se disponía a marcharse a su habitación, dos pisos más arriba, Teresa le detuvo con la mirada y habló por fin, con el ridículo acento de las cosas trascendentes. No soy una mujer coherente, dijo, no consigo serlo.

Almudena Grandes

24/6/07

La segunda vez que lo vio

La segunda vez que lo vio fue a través de un cristal, un mes después del encuentro imprevisto y cuando pasó por casualidad delante de la casa donde él vivía. Estaba sentado tras la ventana de su despacho con un libro en las manos y los ojos puestos en la lluvia de la tarde, iluminado por una luz del color del ámbar que parecía surgir de muy lejos. Detrás de la figura triste del profesor, difuminada por los cristales empañados y el trayecto de las gotas de lluvia en la ventana, Luisa percibió el aroma cálido de la madera del escritorio, el polvo tenue que se acumulaba sin decoro en el barniz de la biblioteca, la temperatura inhóspita de la chimenea eternamente apagada porque no había nadie que se ocupara de encenderla. Vio a Cósimo Herrera con la edad que tenía, intuyó sus limitaciones y adivinó sus defectos. Lo reconoció y lo aceptó tal como supo que era, en su tristeza innata y su humor sombrío, en sus manías y en la interminable legión de caprichos que debía haber acumulado después de vivir tanto tiempo consigo mismo. Lo imaginó enfrentando solo las tardes sin sol y las noches larguísimas del invierno que se avecinaba, buscando en los manuscritos polvorientos el sentido último de su existencia y hallando retazos mezquinos de vida en las páginas muertas de los volúmenes de la biblioteca. Aquella tarde, mientras caía la lluvia y el viento de septiembre se llevaba por delante las hojas de todos los árboles, se dio cuenta de que estaba perdida, irremediablemente enamorada de aquel hombre ajeno que miraba la lluvia y se agarraba a un libro como si fuera su único asidero a la vida.

Marta Rivera de la Cruz

21/6/07

Noches

Lo cierto es que las noches me resultan acogedoras. Siento los astros del firmamento como si fuesen los poros de tu piel y sus cometas, como las gotas de sudor que veía caer por tu espalda. Me quedo extasiada mirando su eternidad, desconcertada en rincones que no existen, indagando nuevos senderos que me conduzcan a ti, a la amplitud de tus ojos. Las noches me recuerdan a ti, por eso me gustan. Por eso me abrazan y me transmiten tu calor, y el perfume con que envolvías nuestro letargo.

Eres mi cordura en este mundo loco, me decías.

Y yo sonreía.

Sabías que con ese gesto te confesaba mil secretos, te contaba historias con finales felices, te regalaba el mundo y ponía a tus pies tesoros incalculables.

No dejes de sonreír, por favor, y enmudecías con mis besos.

Las noches me saben a ti. Su oscuridad es el pozo donde guardamos infinitos "te quiero" y el vacío que otros hallan en ellas es mi aliento. Dibujo, una vez más, tus dedos acariciando mi vientre, encaprichándose con mi ombligo y convirtiéndolo en el centro de tu universo. Llévame a las estrellas, fue mi súplica. Después adulé tu pelo, acerqué tu rostro para verlo más lejos, más allá de donde estábamos y de donde podíamos llegar, del infinito. Entonces no supe qué decir, porque estaba todo dicho mucho tiempo atrás. Al fin, yacías dentro de mí. Éramos inmensidad. Busqué tu mirada para encontrar en ella un asidero que me agarrase a algún lapso, pero en lugar de eso, los dos nos perdimos, juntos, como uno sólo. Y ya no quise dar con lo concluso, no me hacía falta. Me gustan las noches porque no son tangibles. Como tu y yo lo fuimos. Me recreo en esa sensación, la revivo y todo mi cuerpo experimenta la misma agitación, callada a los oídos de los demás porque sólo tú eres capaz de escucharla.

De niña me inquietaban las noches. No las comprendía. Parecía absurdo que a una hora determinada fuese necesario cerrar los ojos y perder la consciencia sobre un colchón. La luna allá a lo lejos, los cuentos antes de acostarse, las luces apagadas del comedor y la cocina, las persianas bajadas, el silencio... creaban una esfera de misterio casi irónica.

- ¿Tienes miedo a la oscuridad?

- No, contestaba siempre.

Quizás fui demasiado ingenua al pensar que nada nos separaría. Habíamos pasado por tantas cosas que resultaba absurdo creer en una despedida. Puede que por eso no la hayamos tenido. No lo sé. Ahora es de noche, pero no es una noche cualquiera. Es abrumadora. En el cielo pueden distinguirse nítidamente todas las estrellas y cualquier loco se atrevería a contarlas creyéndose el iniciador de una gran proeza. 1,2,3... 4, 5, 6... 7... Corre una brisa fina, que choca en mi cara y en mis manos y, por más que lo intento, no consigo retenerla. A ti tampoco te retuve. Aún escucho tu respiración. Donde quiera que vaya hallo tus huellas. Enloquezco por momentos viendo tu semblante en las esquinas. Y te aseguro que antes no era así. No, antes no. Desde que no estás rebusco en los cajones los viejos recuerdos. ¿Sabes por qué hablan de amor? Porque no lo conocen. Yo no hablo de amor. Hablo de algo tan extraordinario que escapa a la razón.

Cada noche que pasa es una nueva quimera personal. Todas están inundadas de un sabor agridulce: son el ansiado final de un día, de horas de angustia por tu ausencia. Pero también son el anticipo de una nueva jornada que me alejará más de ti y del pasado. Me alivian y a la vez desgarran mi magullado corazón. Es curioso. Son un fatum incesante, una tragedia griega que no ve bajar el telón. Y yo me he condenado a quererte hasta una saciedad que jamás consigo alcanzar.Quisiera gritar al mundo que nada me importa, pero no puedo. Me importas tú. Y no deja de ser deprimente no lograr olvidar las sombras en color. Los anocheceres que vivimos juntos son dagas clavadas en mis entrañas. El sol luchando por no tocar la linea que marca el horizonte, la luna impaciente por ser la única protagonista, la sensación de levedad que me provocan... Tú y yo... Noches...

19/6/07

Amor

Cuando te enamoras locamente, en los primeros momentos de la pasión, estás tan lleno de vida que la muerte no existe. Al amar eres eterno. Porque la pasión es el mayor invento de nuestras existencias inventadas, la sombra de una sombra, el durmiente que sueña que está soñando. Es como bailar con alguien un vals muy complicado y bailarlo perfecto. Giras y giras en brazos de tu pareja, trenzando intrincados y hermosísimos pasos con los pies alados; y resuena la música en tus oídos, y el mundo es un chisporroteo de arañas de cristal y candelabros de plata, de sendas relucientes y zapatos lustrosos, el mundo es una vorágine de brillos y tu baile está rozando la más completa belleza, una vuelta y otra y continúas sin romper el compás, es prodigioso, con lo mucho que temes perder el ritmo, pisar a tu pareja, ser una vez más torpe y humana; pero logras seguir un paso más, y otro y tal vez otro, volando entre los brazos de tu propia locura. Cuando amas apasionadamente tienes la sensación de que, al instante siguiente, vas a conseguir compenetrarte hasta tal punto con el amado que os convertiréis en uno solo; es decir, intuyes que está a tu alcance el éxtasis de la unión total, la belleza absoluta del amor verdadero. Cuando estás sumido en una pasión, vives obsesionado por la persona amada hasta el punto de que todo el día estás pensando en ella; te lavas los dientes y ves flotando su rostro en el espejo, vas conduciendo y te confundes de calle porque estás obnubilado con su recuerdo, intentas dormirte por las noches y en vez de deslizarte hacia el interior del sueño caes en los brazos imaginarios de tu amado. Yo también he sentido la furiosa llamada de esa pulsión. Es estar habitado por un revoltijo de fantasías, a veces perezosas como las lentas ensoñaciones de una siesta estival,a veces agitadas y enfebrecidas como el delirio de un loco. Es nuestro pecado original. Tal vez la sensación de inmortalidad que sentimos cuando amamos sea un truco orgánico. Esa habilidad nuestra para complicarlo todo. Ese tipo de cosas suceden todo el rato.


Rosa Montero

18/6/07

Embustera

En la elección de tu madre seguramente tenía que ver la nueva libertad de las costumbres, pero también había la huella de alguna otra cosa. ¿Cuántas cosas sabemos de cómo funciona la mente? Muchas, pero no todas. ¿Quién puede entonces decir si ella, en algún oscuro rincón de su inconsciente, no había intuido que el hombre que estaba con ella no era su padre? Muchas inquietudes, muchas inestabilidades, ¿no provendrían acaso de eso? Mientras fue pequeña, mientras fue una muchacha, una adolescente, nunca me planteé esa pregunta, la ficción dentro de la que yo la había hecho crecer era perfecta. Pero cuando regresó de aquel viaje con una panza de tres meses, entonces todo volvió a mi mente. No se puede huir de las falsedades, de las mentiras. O, mejor dicho, se puede huir durante algún tiempo, pero después, cuando menos te lo esperas, vuelven a aflorar, ya no dóciles como en el momento en que las dijiste, aparentemente inofensivas, no; durante el período de alejamiento se han convertido en monstruos horribles, en ogros que todo lo devoran. Las descubres y, un segundo después, te atropellan, te devoran y, contigo, todo lo que te rodea, con una avidez tremenda. Un día, cuando tenías diez años, volviste de la escuela llorando. «¡Embustera!», me dijiste, e inmediatamente te encerraste en tu habitación. Habías descubierto la mentira de aquel cuento.

Embustera podría ser el título de mi autobiografía. Desde que nací sólo he dicho una mentira.

Con ella he destruido tres vidas.

Susanna Tamaro

11/6/07

María


María contemplaba el mar del norte que un viento frío erizaba y que iluminaba un sol sutil, mientras el cielo se deshacía interminablemente en lluvia, como sus propios ojos amenazaban deshacerse en lágrimas. Aquella sucesión de infinitos matices de verde (la tierra) y de gris (el cielo) le recordaban a los ojos de Grahame, los mismos ojos que cruzaron con los suyos aquella mirada desolada. Una vez más, María había preferido poner tierra de por medio ante una situación que le desbordaba. Imposible explicar por qué lloraba tanto, a quién echaba en realidad de menos, si a Grahame, o a Miguel, o a Lilian, o a Andy, o a la María presuntamente feliz, de una complacencia ignorante y bovina, que había sido apenas seis meses antes, cuando la vida era tibia y plana, sosegada, y cada día, en su beatitud, parecía idéntico al anterior y al siguiente.

El mar, esa llanura inmensa y móvil, contenía millones de billones de trillones de pequeños organismos que habitaban en él, como dentro de María convivían infinitas Marías que componían todo el espectro definible de personalidades femeninas. No se aburrió ni un sólo momento, a solas consigo misma, o con sus nosotras, los ojos invadidos del reflejo del mar, inacabable. Pasó allí dos noches, jugó con las gaviotas, contempló los juegos de las focas, y, por fin, se decidió a volver.

Lucía Etxebarria

Verás, papá

– Verás, papá, este verano voy a cumplir diecisiete años…– intentaba improvisar, pero él echó una ojeada a su reloj y, como de costumbre, no me dejó terminar.

Uno, si quieres dinero, no hay dinero, no sé en qué coño os lo gastáis. Dos, si te quieres ir en julio a Inglaterra a mejorar tu inglés, me parece muy bien, y a ver si convences a tu hermana para que se vaya contigo, estoy deseando que me dejéis en paz de una vez. Tres, si vas a suspender más de dos asignaturas, este verano te quedas estudiando en Madrid, lo siento. Cuatro, si te quieres sacar el carnet de conducir, te compro un coche en cuanto cumplas dieciocho, con la condición de que, a partir de ahora, seas tú la que pasee a tu madre. Cinco, si te has hecho del Partido Comunista, estás automáticamente desheredada desde este mismo momento. Seis, si lo que quieres es casarte, te lo prohíbo porque eres muy jóven y harías una tontería. Siete, si insistes a pesar de todo, porque estás segura de haber encontrado el amor de tu vida y si no te dejo casarte te suicidarás, primero me negaré aunque posiblemente, dentro de un año, o a lo mejor hasta dos, termine apoyándote sólo para perderte de vista. Ocho, si has tenido la sensatez, que lo dudo, de buscarte un novio que te convenga aquí en Madrid, puede subir a casa cuando quiera, preferiblemente en mis ausencias. Nueve, si lo que pretendes es llegar más tarde por las noches, no te dejo, las once y media ya están bien para dos micos como vosotras. Y diez, si quieres tomar la píldora, me parece cojonudo, pero que no se entere tu madre.


Almudena Grandes

6/6/07

Su madre

- No, no, escúchame. - El corazón había dejado de latir con fuerza, y ahora me sentía sorprendentemente tranquila-. El día que tu madre se muera (y se va a morir antes que tú, a no ser que al pobre Aitor se le vaya la mano en la próxima paliza) vas a recordar una por una todas las cosas horribles que le has dicho. Y te puedo asegurar que las seguirás recordando toda la vida. Y ¿sabes qué? Te va a doler tanto cada insulto, cada falta de respeto, vas a tener unos remordimientos tan tremendos, que es muy posible que te vuelvas loca. Por eso me das lástima. No porque estés colgada de un miserable.

Me levanté, cogiendo el bolso de un zarpazo, y pagué la cuenta de ambas en la caja del restaurante. Berta se quedó allí, asombrada y sola, sin entender muy bien lo que había pasado. Algún día lo comprenderá todo. Sólo espero que no sea demasiado tarde, ni para su madre ni para ella.


Marta Rivera de la Cruz

2/6/07

Más allá

Estaba mucho más allá, en ese más allá ilocalizable adonde precisamente ponen proa los ojos de todas las mujeres del mundo cuando miran por una ventana y la convierten en punto de embarque, en andén, en alfombra mágica desde donde se hacen invisibles para fugarse. Nadie puede enjaular los ojos de una mujer que se acerca a una ventana, ni prohibirles que surquen el mundo hasta confines ignotos. En todos los claustros, cocinas, estrados y gabinetes de la literatura universal donde viven mujeres existe una ventana fundamental para la narración, de la misma manera que la suele haber también en los cuartos inhóspitos de hotel que pintó Edward Hopper y en las estancias embaldosadas de blanco y negro de los cuadros flamencos. Basta con eso para que se produzca a veces el prodigio: la mujer que leía una carta o que estaba guisando o hablando con una amiga mira de soslayo hacia los cristales, levanta una persiana o un visillo, y de sus ojos entumecidos empiezan a salir enloquecidos, rumbo al horizonte, pájaros en bandada que ningún ornitólogo podrá clasificar, cazar ningún arquero ni acariciar ningún enamorado y que levantan vuelo hacia el reino inconcreto del que sólo se sabe que está lejos.

Carmen Martín Gaite