31/10/07

Con otro

El amor no es sino la acuciante necesidad de sentirse con otro, de pensarse con otro, de dejar de padecer la insoportable soledad del que se sabe vivo y condenado. Y así, buscamos en el otro no quien el otro es, sino una simple excusa para imaginar que hemos encontrado un alma gemela, un corazón capaz de palpitar en el silencio enloquecedor que media entre los latidos del nuestro, mientras corremos por la vida o la vida corre por nosotros hasta acabarnos.


Rosa Montero

28/10/07

Militancia

Dónde guardaría yo aquel tranvía, se interrogaba en silencio, mientras reconocía el progresivo desaliento de ella en el ritmo casi frenético de su trabajo, el chasquido constante de la lengua contra el paladar, pero no podía poner su mente en blanco y abrió los ojos para clavarlos de nuevo en la lámina vieja, antigua ya, y comprender que ella tenía razón, los bordes estaban maltrechos, las chinchetas habían impreso en cada esquina un halo circular de herrumbre, ya no le servía de nada, y nunca le había gustado, Teresa jamás lo había visto, no había conseguido llevarla a su casa ni una sola vez a lo largo de los absurdos años de militancia amorosa, porque él militaba en Teresa, pero ella nunca había querido darse cuenta y le trataba como a los demás, codo con codo, jamás de frente, tres veces habían ido a pegar carteles juntos pero ni siquiera solos, y eso era todo lo que había sacado en limpio de la sangría de las cuotas, y las reuniones interminables, y el trabajo gratis, la revolucion que mantendría una eterna cuenta pendiente con él.

Almudena Grandes

25/10/07

Divorcio

Loui, creo que este es el comienzo de una hermosa amistad...

¿A quién pretendo engañar? Yo no soy así. Nunca lo fui y nunca lo seré. Eso pasa sólo en las películas.

¡Ah! ¡Qué deprimido estoy! Quizá si me tomara un par de aspirinas más... Aunque con eso serían...dos, cuatro... seis aspirinas. Acabaré volviéndome aspirina. Y ahora el número del algodoncito, ¡a ver quién es el guapo que lo saca del frasco!
No he debido firmar esos papeles. Que me lleve a los tribunales. Dos años de matrimonio tirados a la basura. No puedo creer todo lo que me ha dicho. Parecía una extraña, no mi mujer, ¡una auténtica extraña!

-No quiero pensión alimenticia, puedes quedarte con todo. Sólo quiero ser libre
-¿No deberíamos discutirlo?
-Lo hemos discutido ya cincuenta veces, Es inútil.
-¿Por qué?
-No lo sé, no soporto el matrimonio. No te encuentro nada divertido, no me siento atraída hacia ti, no me interesas físicamente. ¡Ah! Por lo que más quieras, Alan, no lo tomes como cosa pesonal.
-No lo tomaré como cosa personal, simplemente me mataré y listo.

Si por lo menos supiera dónde veranea mi psiquiatra... ¿A dónde irá la gente en agosto? Todos se van de la ciudad. Todos los veranos la gente se vuelve loca por irse y luego está deseando volver. Y si fuera a buscarle, ¿qué me diría? Siempre acaba diciéndome que es un problema sexual. Eso es ridículo. ¿Cómo puede ser un problema sexual si cuando aún no manteníamos esas relaciones, bueno, sólo un poquito, ya ella no hacía más que mirar la televisión? Recuerdo que cambiaba de canal con el mando a distancia...

¿Por qué tiene que preocuparme tanto el divorcio? ¡Qué demonios! ¡Hasta puede que esté mejor sin ella! ¿Por qué no? Soy joven, tengo buena salud, un buen trabajo. Quizá sea ésta la oportunidad de que me divierta un poco. ¡Ja! Si ella quiere divertirse, yo también. ¡Hum! Convertiré esto en un night club. ¡Ya verán las chicas que traeré aquí, ya verán! Bailarinas, trapecistas, ninfómanas, protésicas dentales... Si ella no me quiere, no voy a obligarla por la fuerza. Aún me parece increíble lo que me ha dicho al marcharse.

-Quiero una vida nueva, quiero esquiar, quiero ir a bailar, quiero ir a la playa. Quiero hacer un viaje por Europa en motocicleta. Lo único que hago contigo es ir al cine.
-Escribo para una revista cinematográfica. Además, a mí me gustan las películas.
-Te gustan las películas porque tú no eres más que un observador de la vida. Pero yo no soy así. Quiero actuar, quiero vivir, quiero participar. Nunca nos reímos juntos.
-¿Cómo puedes decir eso? Tú, no sé, pero yo me río constantemente. Hago muecas, sonrío, incluso a veces me carcajeo. ¿Y por qué no pensaste eso cuando éramos novios?
-Entonces era distinto, tú eras más agresivo.
-Todo el mundo lo es durante el noviazgo, es lo natural. Hay que impresionar a la otra persona. Pero no puedes esperar que siga a ese nivel, me daría un ataque cardíaco.
-Adiós, Alan. Mi abogado llamará a tu abogado.
-Yo no tengo abogado. Dile que llame a mi médico.

Woody Allen

22/10/07

Mareas

Una de aquellas mareas se la llevó para siempre. No se ahogó, pero llegó a casa muy agitada y, sin decir palabra, se metió en la cama y empezó a estornudar, a quejarse del tiempo, de las olas, de la chusma de veraneantes que no dejan ni hacer la plancha tranquila, y a los pocos días adelantó su marcha y no volvió.

Las mareas de septiembre solían traer sorpresas. Pero hace tiempo que no recala nada en la playa. La arena, con la baja mar, se extiende como un desierto hasta la punta del cabo. Se destapa el espigón. En pleamar y con mareas vivas no queda sitio para tomar el sol, el espigón desaparece y el agua llega hasta las ojas de maíz, riega la tierra, hace crecer algas. Pero a veces arrastra cuerpos extraños, cadáveres de cachalotes, ballenatos enfermos, cascos vacíos de cerveza iraquí, muchas cosas que se van pudriendo y gastándose, limándose contra el agua hasta confundirse en la arena, hasta no reconocerse.

Luisa Castro

21/10/07

Tu rostro mañana

¿Cómo era posible que mi padre no hubiera sospechado ni detectado nada? Era un hombre inteligente y culto, ningún tonto, y bastante precoz, aunque desde luego un optimista irredento, confiado en principio con todo el mundo. Pero aún así. ¿Cómo se pudo pasar media vida junto a un compañero, un amigo íntimo, sin percatarse de su naturaleza, o al menos de su naturaleza posible? ¿Cómo puede no verse en el tiempo largo que quien acabará y acaba perdiéndonos nos va a perder? ¿Cómo puedo no conocer hoy tu rostro mañana, el que ya está o se fragua bajo la cara que me enseñas o la careta que llevas, y que me mostrarás tan sólo cuando no lo espere?

Javier Marías

18/10/07

Hombres: instrucciones de uso

Las revistas femeninas están llenas de consejos, advertencias y estrategias sobre cómo mejorar nuestras relaciones con los hombres. Las masculinas, en cambio, hablan de cómo mejorar los bíceps… También de cuál es el mejor restaurante del momento, qué loción evita la caída del pelo y cómo vestir sexy; pero de temas sentimentales, ni una línea. Para hacerme la interesante podría citar ahora al inefable Byron, pero prefiero tomar el camino de la Antropología: según esta ciencia, lo que sucede es que a las mujeres nos gusta hablar de nuestros sentimientos y a los hombres les horroriza. Dice la doctora Louann Brizendine, cuyo libro El cerebro femenino está batiendo récords, que todo viene de que nosotras hablamos tres veces más que los hombres. De hecho, utilizamos 20.000 palabras por día y los hombres, apenas 7.000. Hasta aquí todos los expertos están de acuerdo, pero después surgen las diferencias, porque mientras Brizendine asegura que hablar es «casi tan placentero como el sexo», otra famosa especialista, Alexandra Jacobs, opina que con dar la lata a nuestro hombre con eso de que hay que ‘hablar’ los problemas lo único que conseguimos es debilitar los lazos que nos unen. Su libro se llama, muy adecuadamente, La solución es no-hablar. Hablar o no hablar, ésa es la cuestión, pero mientras decidimos a qué bando apuntarnos, he aquí otro punto en el que están de acuerdo las dos autoras. Las mujeres deberíamos entrenarnos en comprender que los silencios masculinos en ningún caso son señal de rechazo o repudio. «No es que no nos quieran –aclara Brizendine–, simplemente están siendo muy varoniles.» Otra cosa que sorprende mucho a las mujeres y que también hay que recordar siempre, según estas sabias estudiosas, es que la cabeza masculina funciona de manera diferente de la nuestra. Por ejemplo, cuando observamos a un hombre sentado con la mirada perdida en el infinito y, preocupadas, le preguntamos en qué está pensando, la contestación más habitual es «en nada». «No es posible –pensamos inmediatamente nosotras–, nos está mintiendo, ¿qué le pasará? ¿Estará enfermo?, ¿preocupado?, ¿deprimido?» Y la respuesta a tan terribles incertidumbres, queridas mías, es «no». Ese hombre no está pensando en nada, algo inaudito para nosotras, que siempre estamos dale que dale al cerebro, pero es así. Este tipo de diferencias es el que hace que unos y otras no nos entendamos. Personalmente, como soy de pocas palabras, no me importa que los hombres que tengo cerca lo sean también, pero me resulta incomprensible, en cambio, eso de que piensen «en nada» o que rehúyan hablar de los problemas cuando los hay. Sin embargo, para ese escapismo sentimental, también tiene explicación la doctora Brizendine: la testosterona, según ella, reduce la parte del cerebro que se ocupa de registrar las palabras emocionales. En otras palabras: el hombre no registra esas 13.000 palabras que nos separan. Uf, qué alivio, pienso yo, así que no se está haciendo el sordo, es sordo.

Como ven, el tema resulta apasionante y da para mucha discusión. ¿Pueden modificarse su forma de ser o la nuestra? ¿Será la educación lo que hace que los hombres no escuchen y que las mujeres hablen de más? Las feministas han intentado varias veces lograr que los niños más pequeños jueguen a las muñecas o a las cocinitas para que se críen más sensibles, más atentos. Pero sus experimentos han acabado siempre en eso, en experimentos (cuando no con la cabeza de la muñeca convertida en pelota de fútbol y la cacerola, en tambor). La actual peste de lo políticamente correcto nos hace creer que todo lo que no nos gusta o no comprendemos del otro puede ser modificado. Pero yo pienso que es más práctico saber que sentimos diferente y comprender que lo que ellos hacen o dejan de hacer se debe, sencillamente, a que, como dice la canción, Men are different… Y nosotras, también.

Carmen Posadas

14/10/07

Zarza

Apagó el despertador, que todavía alborotaba sobre la mesilla, y se sentó en la cama. El aire del dormitorio se acomodó flojamente alrededor de su cuerpo, como una chaqueta que no termina de ajustar. A esas mismas horas, en ese mismo instante, miles de personas solitarias se levantaban, metidas en el caparazón de sus casas vacías. Zarza sintió el peso del resto del mundo sobre sus espaldas. Si sufriera un repentino ataque cardíaco y se muriera, tardarían por lo menos un par de días en descubrirla. Pero Zarza no disponía ahora de tiempo para morir. Tenía que levantarse. Chancleteó por el dormitorio hacia el cuarto de baño, que carecía de ventanas. Encendió la fila de bombillas que enmarcaba el espejo y se miró. Siempre la misma palidez y la sombra azulosa rubricando los ojos. Aunque tal vez fuera efecto de la luz artificial, tal vez bajo una violenta luz solar no tuviera ese aspecto lánguido y morboso. La gente decía que era hermosa, o al menos alguna gente aún lo decía, y ella se lo había creído mucho tiempo atrás, en otra vida. Ahora simplemente se encontraba rara, con esa mata desordenada de pelo rojizo veteado de canas, semejante a un fuego que se extingue; con la piel lechosa y las ojeras, y con una mirada oscura en la que no se podía reconocer. Un vampiro diurno. Hacía mucho tiempo que no conseguía reconciliarse con su aspecto. No se sentía del todo real. Por eso jamás se hacía fotos, y procuraba no mirarse en los espejos, en los escaparates, en las puertas de vidrio. Sólo se asomaba a su reflejo por las mañanas, todas las mañanas, en su cuarto de baño. Se enfrentaba al azogue, con los párpados pesados y la boca sabiendo todavía al salitre de la noche, para intentar acostumbrarse a su rostro de ahora. Pero no, no avanzaba. Seguía siendo una extraña. A fin de cuentas, tampoco los vampiros pueden contemplar su propia imagen.

Rosa Montero

13/10/07

Jamás olvidaré a Teresa

Contemplé de cerca el rostro de la mujer que se mecía entre mis brazos y advertí en su piel tersa un tinte descolorido, una red irregular de venillas grisáceas e inicios de surcos en los alrededores de los ojos y la boca. Tras sus párpados entornados adiviné las riberas hasta donde descienden los pastos frescos, la brisa empalagosa de los bosques y el rumor del agua y las hojas y las cosas en movimiento que constituyen el lenguaje secreto de la infancia. Jamás olvidaré a Teresa.

Eduardo Mendoza

10/10/07

Manos

El temblor metálico es sólo de las flores. Manos que sacan y meten, dedos firmes y acrobáticos, manos sin nudos, manos mucho más jóvenes que la cara. El bisbiseo menudo es de las alas de los insectos. Manos con dedos largos, manos de frágiles facciones que hacen ejercicios de despertar, uno, dos, se abren y cierran, cien, francamente, mamá, que podrían haber tocado el piano, es tu marido, mamá, deberías venir, el arpa, el violín. Aquello que arde en los árboles es la brisa del viento. Manos que se baten, que huelen, que oyen, que piensan y suspiran, que sufren en la oscuridad, que meten y sacan, sacan y sacan, un reloj inglés, un espejito de plata, manos de porcelana que ni siquiera tiemblan al hablar, pálidas, hermosas, suaves, manos de niña, manos que sujetan un bolso de piel, un collar de nácar, manos ausentes sobre un regazo en el jardín. Manos que albergan una memoria y gritan:


–No voy.


Cristina Sánchez-Andrade

9/10/07

Borja

Como entonces, salté de la cama. En aquel desvelo crudo, tan real, tan gris, salí descalza, abrí el balcón y salté a la logia. Allí estaba Borja, envuelto en el abrigo, pálido, mirándome. Se fumaba el último Murati.

Los arcos de la logia recortaban la bruma de un cielo apenas iluminado por la luz naciente tras las montañas, donde aún dormían los carboneros. Borja tiró el cigarrillo al suelo y fuimos el uno hacia el otro, como empujados, y nos abrazamos. Él empezó a llorar, a llorar, ¿cómo se puede llorar de esa forma? Pero yo no podía (era un castigo, porque él siempre aborreció a Manuel. Pero yo, ¿acaso no le amaba?). Estaba rígida, helada, apretándole contra mí. Sentí sus lágrimas cayéndome cuello abajo, metiéndose por el pijama. Miré al jardín y detrás de los cerezos descubrí la higuera, que, a aquella luz, parecía blanca. Allí estaba el gallo de Son Major, con sus coléricos ojos, como dos botones de fuego. Alzado y resplandeciente como un puñado de cal, y gritando –amanecía– su horrible y estridente canto, que clamaba, quizá –qué se yo– por alguna misteriosa causa perdida.

Ana María Matute

7/10/07

Primer amor

Cuando el príncipe azul apareció, era ya demasiado tarde. Le había esperado desde hacía muchos años, desde los lazos rosas de mis faldones y el vuelo de mis vestidos bordados, desde los juegos de saltar a la comba en los que los brincos determinaban el número de novios que tendríamos. Formulé deseos a la luna y tramé hechizos en la noche de San Juan, pero el amor no llegaba. Tardé mucho en descubrir que el amor nos estaba vedado a las niñas, que habíamos de crecer para experimentarlo. Y mientras tanto, perdí la ingenuidad, y me harté de esperar caballeros de plateadas armaduras. Cuando llegó la adolescencia era demasiado tarde.

Espido Freire

6/10/07

Ahora


Crecer recordando aquel verso de Machado:


Hoy es siempre todavía. Toda la vida es ahora.


Y ahora, ahora es el momento de cumplir las promesas que nos hicimos. Porque ayer no lo hicimos. Porque mañana es tarde. Ahora.


Ismael Serrano

4/10/07

La más sutil de las venganzas

Muchas veces se ha dicho que el mundo sería más humano cuando por fin mandásemos nosotras, porque somos más sensibles y compasivas que los hombres. Y siempre he creído que así sería. Pienso que el haber sido víctima sirve -debería servir-, sobre todo, para no repetir los patrones de conducta de los victimarios y ser más humanas que ellos.

Por eso, si históricamente el sexo masculino nos ha sometido a leyes injustas, nos ha discriminado y hasta ha escrito tratados filosóficos 'demostrando' que éramos menos inteligentes, más débiles y desde luego menos racionales que ellos no hagamos nosotras lo mismo. Cuando por fin parece estar alumbrando un siglo decididamente femenino, sería bueno demostrar que, en efecto, somos más sensibles que ellos. Si Thomas Hobbes, en el siglo XVII, dijo aquello de que el hombre es un lobo para sus semejantes, demostremos nosotras ahora que la frase no puede de ninguna manera tener su correlato en femenino. Ésta sería, pienso yo, la mejor de las venganzas de nuestro sexo sobre el suyo.


Carmen Posadas

2/10/07

Condena

Alguna vez había oído decir que en París funcionaron durante un tiempo unos burdeles para mujer. Que tuvieron que cerrarlos porque sólo iban las prostitutas. Que la idea de comprar el placer no se avenía con la psicología de la mujer, porque la mujer quiere ser comprada, mandada, enajenada.

Y ella pensaba que debería existir esa costumbre, ese acuerdo con la sociedad. Bastante sujeta estaba la hembra humana a ese ser fatuo que se considera superior y dicta leyes. Además, tiene que andar persiguiéndolo, comiéndose el orgullo, para acostarse con él.

Iba a hacerse de noche. Un día más. Y su condena no tenía fin. No tenía marcada una fecha con el final. Si así fuera, ella iría apuntando en un calendario cada día que pasara, lo suprimiría poniéndole una gran aspa roja, ancha.

Concha Alós

1/10/07

Amor, curiosidad, prozac y dudas

Durante los últimos cinco años mi vida no ha seguido un rumbo fijo. Yendo de nada a nada, sin patrón ni destino, sin refugio ni brújula. A la deriva. Empeñada en la inútil huida de mi misma, en busca de un lugar donde caerme viva. Bebiendo cubalibres y fumando chinos y tragando éxtasis y sirviendo copas y besando labios y chupando pollas y aprobando exámenes y redactando trabajos y leyendo libros y escribiendo poesías, por lo general bastante malas, todo hay que reconocerlo. Poli-toxicómana confesa y pendón vocacional. Digamos que quería ser Burroughs, como Gema, supongo, aspiraba a ser Jane Bowles. He probado todas las drogas disponibles y me he acostado con todos los hombres más o menos presentables que se me ponían a tiro. Me lo he pasado bien, en suma. O quizá lo he pasado fatal. Puede que ni siquiera me haya enterado.

Una vida en perpetuo movimiento, la búsqueda en la calle de la droga, el temor al palo y la denuncia, la travesía continua de la ciudad, salidas a horas intempestivas, encuentros en lugares inesperados, persecuciones, engaños, traiciones, revanchas, nuevas caras, nueva gente, nuevos yonkis y camellos, chinos, chutas, papelinas, rohipnol, palos, broncas, buprex, monos, pastillas para superar el mono, calabozos de cárceles y celdas de clínicas, la amenaza constante de los maderos, idas y venidas, ningún lugar seguro, ningún día igual a otro. El vértigo de la aventura, el coqueteo con la muerte.

Lucía Etxebarria