5/7/08

El centro de mi pasión

Ella tembló y se crispó cuando le besé el ángulo de los labios abiertos y el lóbulo caliente de la oreja. Un racimo de estrellas brillaba pálidamente sobre nosotros, entre siluetas de largas hojas delgadas; aquel cielo vibrante parecía tan desnudo como ella bajo su vestido liviano. Vi su rostro reflejado en el cielo, extrañamente nítido, como si emitiera una tenue irradiación. Sus piernas, sus adorables y vivaces piernas, no estaban muy juntas, y, cuando localicé lo que buscaba, sus rasgos infantiles adquirieron una expresión soñadora y atemorizada en la que se mezclaban el placer y el dolor. Estaba sentada algo más arriba que yo, y cada vez que en su solitario éxtasis se abandonaba al impulso de besarme, inclinaba la cabeza con un movimiento muelle, letárgico, que tenía un no sé qué de triste e involuntario, y sus rodillas desnudas apretaban mi muñeca y la oprimían con fuerza para relajarse después; y su boca temblorosa, que parecía crispada por la acritud de alguna misteriosa pócima, se acercaba a mi rostro respirando jadeante. Mi amada procuraba aliviar el dolor del anhelo restregando primero ásperamente sus labios secos contra los míos; después echaba hacia atrás la cabeza sacudiendo nerviosamente su cabello, y, por último, volvía a inclinarse sobre mí como impelida por una fuerza irresistible y me dejaba succionar con ansia su boca abierta; por mi parte, impulsado por una generosidad pronta a ofrecérselo todo, mi corazón, mi garganta, mis entrañas, le había hecho rodear con su puño inexperto el centro de mi pasión.


Vladimir Nabokov