14/9/08

Tu noche y la mía


Hay una canción, una canción que vais a conocer seguro, una canción que habla de... Una vez conocí a cierta persona que me provocó lo suficiente como para desear que aquella noche no se hubiera acabado jamás. Y confío en que esto a vosotros os haya pasado muchísimas veces, porque yo creo que es maravilloso.


Carlos Goñi

10/9/08

Javier (III)

Los días que siguieron a la ruptura resultaron más complicados de sobrellevar de lo que había imaginado, seguramente porque, en su interior, había conservado intacta la esperanza de que ésta nunca llegaría. Pero la esperanza no es sino el disfraz de las debilidades, y la suya era y sería la figura incandescente de Javier. El alba se le adelantaba al sueño y las horas se escabullían sin tan siquiera llevarse el trago amargo del desconsuelo. Durante una semana, su apartamento fue la única guarida en la que invocar al recuerdo, ya que el miedo a comprobar que la rutina nada quería saber de su desdicha era más aterrador si cabe que el olvido. En aquel oasis, todas las caricias, todas las conversaciones de alcoba renacían fugaces, para luego verse ahogadas por el llanto y socorridas por la celulosa.
Cierto romanticismo decimonónico se adueñó del ambiente cargado que acusaba la sepultura momentánea a la que se había sometido. Y una noche, tendida sobre la cama, retomó casi por casualidad el sendero de sus antiguas aspiraciones. Años atrás, cuando la monotonía de la que había desertado formaba parte del destino, solía descansar sus metas y ensueños bajo las sábanas, pero quizás el rumbo que había tomado su propia vida la había apartado de aquel ritual para cotejar lo acaecido hasta entonces. Y es que la capital le había arrebatado los preciados tesoros de la niñez y los había transformado en complicadas y extrañas vivencias. Sin embargo, hubo un tiempo en que imaginaba el mañana que aún estaba por llegar. Se veía en la facultad, paseando por el campus cargada de apuntes, buscando libros en la biblioteca que ampliasen el temario. Se veía haciendo el doctorado, investigando con su equipo de trabajo, elaborando su tesis. Se veía en el consultorio que fundaría con colegas de profesión, redactando reveladores artículos sobre escondrijos recónditos de la mente, viajando a convenciones, tratando a sus pacientes. No pretendía devolver la cordura a un puñado de excéntricos personajes; aspiraba a derrotar los temores que atormentaban a otros, descubrir la razón última del intelecto, ganarle la partida a la naturaleza humana. También consagraba tardes enteras a dar largos paseos y se sentaba en la Alameda para observar al gentío que por ella transitaba. Se enternecía con los chiquillos que parloteaban acompañados de adultos absortos en quimeras, y con los ancianos que, ayudados de un bastón, caminaban en grupo relatando antiguas batallas. Se preguntaba cómo sería aquella chica distraída que a punto había estado de chocarse con el señor que hablaba por telefono. Creaba amantes imposibles, divertidos episodios escolares, historias con finales inéditos. Admiraba la maravilla del mundo bajo la humilde perspectiva que le ofrecía la urbe. Y la suerte había querido que, en su empeño, Javier fuese el pilar en que apoyarse. Así que, al día siguiente, decidió salir a la calle y presentarse en la facultad, no solo para vencer la porfía del mundo, sino para algo más: encontrar en los ojos de Javier una respuesta que callase todas sus preguntas.

En el edificio las cosas seguían como las había dejado. La misma gente caminaba por los mismos pasillos con las mismas trazas e idénticas prisas. Se percató de que las piernas empezaban a temblarle a medida que se adentraba en el corredor de los despachos y terminó por arrojar el chicle en la primera papelera que oteó. La señora de la limpieza canturreaba y el conserje, colmado de fotocopias, salía del despacho vecino. Cerró los ojos. Inspiró profundamente. Y aguardó unos segundos frente a la puerta 19 antes de golpear la madera con los nudillos de su mano derecha.

4/9/08

El Cementerio de los Libros Olvidados

-Este lugar es un misterio, Daniel, un santuario. Cada libro, cada tomo que ves, tiene alma. El alma de quien lo escribió, y el alma de quienes lo leyeron y vivieron y soñaron con él. Cada vez que un libro cambia de manos, cada vez que alguien desliza la mirada por sus páginas, su espíritu crece y se hace fuerte. Hace ya muchos años, cuando mi padre me trajo por primera vez aquí, este lugar ya era viejo. Quizá tan viejo como la misma ciudad. Nadie sabe a ciencia cierta desde cuándo existe, o quiénes lo crearon. Te diré lo que mi padre me dijo a mí. Cuando una biblioteca desaparece, cuando una librería cierra sus puertas, cuando un libro se pierde en el olvido, los que conocemos este lugar, los guardianes, nos aseguramos de que llegue aquí. En este lugar, los libros que ya nadie recuerda, los libros que se han perdido en el tiempo, viven para siempre, esperando llegar algún día a las manos de un nuevo lector, de un nuevo espíritu. En la tienda nosotros los vendemos y los compramos, pero en realidad los libros no tienen dueño. Cada libro que ves aquí ha sido el mejor amigo de alguien. Ahora sólo nos tienen a nosotros, Daniel. ¿Crees que vas a poder guardar este secreto?

Mi mirada se perdió en la inmensidad de aquel lugar, en su luz encantada. Asentí y mi padre sonrió.

-¿Y sabes lo mejor? -preguntó.

Negué en silencio.

-La costumbre es que la primera vez que alguien visita este lugar tiene que escoger un libro, el que prefiera, y adoptarlo, asegurándose de que nunca desaparezca, de que siempre permanezca vivo. Es una promesa muy importante. De por vida -explicó mi padre-. Hoy es tu turno.

Carlos Ruiz Zafón

2/9/08

Cuando fui mortal


Allí donde el tiempo transcurre y fluye ya ha pasado mucho tiempo, tanto que no quedará nadie de quienes conocí o traté, o padecí o quise. Cada uno de ellos, supongo, volverá sin ser percibido a ese espacio en el que se acumulan olvidados los tiempos y no verá allí más que a extraños, hombres y mujeres nuevos que creen, como los niños, que el mundo empezó con su nacimiento y para los que no tiene ningún sentido preguntarse por nuestra existencia pasada y barrida. Yo no puedo hablar ahora de noches o días, todo está nivelado sin necesidad de esfuerzo ni de rutinas, en las que puedo decir que conocí sobre todo la tranquilidad y el contento: cuando fui mortal, hace ya tanto tiempo, allí donde todavía hay tiempo.


Javier Marías