4/2/09

Javier (VIII)


Ese tipo de comportamientos era el que sacaba a Raquel de sus casillas.

-Me voy a Argentina.

Et voilà!, el mundo razonable y responsable se esfumaba. No es que no hubiese que luchar por el amor, pero Javier había hecho méritos suficientes como para haberse convertido en un auténtico cabronazo de por vida y no oponerse a la demencia de su amiga habría equivalido a una falta grave de amistad.

Raquel pecaba de precavida. Sus experiencias en la afanosa labor amatoria se circunscribían a furtivos lances de adolescencia temprana, en los que se destaparon con cierta premura las complicaciones de la pasión dividida que atacaba al muchacho. La fatídica decisión de éste había dejado a Raquel descompuesta y sin el joven, quien se granjeó los aplausos de sus imberbes camaradas por el ávido triunfo de una pretendienta despechada y una novia que le superaba en edad. Al pensar en Javier, el rencor de la usurpación hacía acto de presencia, trayendo consigo los fantasmas de un querer infantil, y cubría al doctor con el manto de las dudas sobre su papel en el juego de dos que el truhán le había apuntalado en el subconsciente. No quería que a su amiga la arrollase el tren de la deslealtad, más valía dejar las aguas en calma ahora que Javier había determinado marcharse.

A Marta aquel teatrillo le hacía gracia. No sabía quién era peor, si el profesor que insistía en las ventajas de la heterosexualidad para poder discutir con ella cuando tenía la oportunidad o la Pretty Woman en versión musical que cantaba al amor verdadero y se había presentado en el salón para animarle la noche. Reírse era cuanto acertaba a argumentar. Porque Marta era de esas personas capaces de simplificar los problemas hasta el extremo de la sensatez. Para Marta las decisiones de uno se dividían en dos grupos: aquellas de las que te arrepentías cuando una bocanada de recuerdos te sobresaltaba en la vigilia nocturna y las que retumbaban en los oídos con preguntas que jamás serían contestadas. Y solo eran de valor las primeras. Con total sinceridad, se sentía orgullosa de la valentía que mostraba su amiga. Si ella quería perseguirlo, adelante, poco importaba que fallase en su empresa porque el camino de vuelta era el mismo que de ida. Y a Raquel que la zurciesen, que siempre estaba igual.

¿Y qué pensaba ella? Pues que ahora o nunca. No tenía ni idea de cómo arreglárselas para organizar el viaje, pero algo se le ocurriría. Siendo prácticos, necesitaba investigar más a fondo sobre la repentina excedencia de Javier y el trabajo que había aceptado, aunque no estaría de más saber dónde ejercía para concretar el destino. Luego tomaría el primer vuelo que encontrase en Internet. ¿Y qué le diría? ¡Dios Santo! Había tantas cosas que quería decirle que tendría que hacer una lista y clasificarlas por orden de preferencia. ¿Comunicar a sus padres la partida? Mejor no. Confiaba en clausurar su pesquisa con éxito en pocos días, viajar a Argentina y regresar para el final de los exámenes, preferiblemente con Javier del brazo. Calculaba que si la expedición se ponía demasiado fea o encomiablemente bonita, sus ahorros le permitirían permanecer en Argentina un mes a lo sumo. Para intentar salvar la situación si se ponía fea o para disfrutar de unas vacaciones eventuales si todo se solucionaba. Muchos “si” para ningún “sí”. Todo esto le rondaba por la cabeza, al pie de un paso de cebra, mientras contaba los segundos que faltaban para que el muñequito verde venciese a su oponente rojo. Y alguien la agarró por la cintura.