24/6/07

La segunda vez que lo vio

La segunda vez que lo vio fue a través de un cristal, un mes después del encuentro imprevisto y cuando pasó por casualidad delante de la casa donde él vivía. Estaba sentado tras la ventana de su despacho con un libro en las manos y los ojos puestos en la lluvia de la tarde, iluminado por una luz del color del ámbar que parecía surgir de muy lejos. Detrás de la figura triste del profesor, difuminada por los cristales empañados y el trayecto de las gotas de lluvia en la ventana, Luisa percibió el aroma cálido de la madera del escritorio, el polvo tenue que se acumulaba sin decoro en el barniz de la biblioteca, la temperatura inhóspita de la chimenea eternamente apagada porque no había nadie que se ocupara de encenderla. Vio a Cósimo Herrera con la edad que tenía, intuyó sus limitaciones y adivinó sus defectos. Lo reconoció y lo aceptó tal como supo que era, en su tristeza innata y su humor sombrío, en sus manías y en la interminable legión de caprichos que debía haber acumulado después de vivir tanto tiempo consigo mismo. Lo imaginó enfrentando solo las tardes sin sol y las noches larguísimas del invierno que se avecinaba, buscando en los manuscritos polvorientos el sentido último de su existencia y hallando retazos mezquinos de vida en las páginas muertas de los volúmenes de la biblioteca. Aquella tarde, mientras caía la lluvia y el viento de septiembre se llevaba por delante las hojas de todos los árboles, se dio cuenta de que estaba perdida, irremediablemente enamorada de aquel hombre ajeno que miraba la lluvia y se agarraba a un libro como si fuera su único asidero a la vida.

Marta Rivera de la Cruz