22/10/07

Mareas

Una de aquellas mareas se la llevó para siempre. No se ahogó, pero llegó a casa muy agitada y, sin decir palabra, se metió en la cama y empezó a estornudar, a quejarse del tiempo, de las olas, de la chusma de veraneantes que no dejan ni hacer la plancha tranquila, y a los pocos días adelantó su marcha y no volvió.

Las mareas de septiembre solían traer sorpresas. Pero hace tiempo que no recala nada en la playa. La arena, con la baja mar, se extiende como un desierto hasta la punta del cabo. Se destapa el espigón. En pleamar y con mareas vivas no queda sitio para tomar el sol, el espigón desaparece y el agua llega hasta las ojas de maíz, riega la tierra, hace crecer algas. Pero a veces arrastra cuerpos extraños, cadáveres de cachalotes, ballenatos enfermos, cascos vacíos de cerveza iraquí, muchas cosas que se van pudriendo y gastándose, limándose contra el agua hasta confundirse en la arena, hasta no reconocerse.

Luisa Castro