7/1/08

Los años

-Ya sé. Se tenga la edad que se tenga, los años siempre son un estorbo.

Luisa se enfrentó a los ojos eternos de Cósimo Herrera.
-Al contrario. Son la excusa que usamos para no hacer aquellas cosas de las que
no somos capaces.

Demasiado tarde él la entendió. De un sólo golpe lo comprendió todo. Luisa seguía frente a él, mirándole con el aire un poco suficiente del que sabe que ya lo tiene todo perdido, con el aire del que ya no puede esperar nada y aguarda sólo una reacción porque es demasiado tarde para obtener una respuesta. Él la miró también, buscando la forma de salir del desconcierto, y cada vez la veía con más claridad en sus preguntas, en sus dudas, en la plenitud dolorosa y lejana de sus veinte años. Hubiera querido decir algo, pero se dio cuenta de que ella no quería que dijera nada. Siguió mirándola mucho tiempo, vio como los ojos de Luisa se llenaban de lágrimas y cómo ella no hacía nada por disimular que estaba llorando. Hubiera podido quedarse contra la pared, hubiera podido marcharse balbuceando un adiós y dejarle, solo y perplejo, con sus libros y las cuatro paredes de aquella casa, pero Luisa del Amo no lo hizo. Se quedó allí, rindiéndole sus armas, haciéndole testigo de aquella claudicación en la hora final, revelando el secreto que había guardado para sí todos aquellos meses, y Cósimo Herrera descubrió entonces cuánto valor había en cada una de aquellas lágrimas.

Marta Rivera de la Cruz