7/7/07

Volver

Pensó en la tarde dorada de mayo en que acabó su primera novela y se sintió solo, desamparado y triste, porque tuvo la sensación de que lo que contaba había dejado de ser suyo. Luego apareció Sandra Lübeck y publicaron la novela, todo gracias a ella, fue Sandra quien puso la cara por él, “y dónde andarás ahora, Sandrita”, y supo que estaba donde estaban los otros: en un lugar remoto que se llama pasado. Los recordó uno por uno, y lo que es peor, los recordó como eran hacía veinte años para descubrir sobresaltado que ya no podrían ser. Por primera vez se enfrentó con la certeza de la imposibilidad del regreso, con las consecuencias del paso del tiempo que había transcurrido sin piedad. Los días se deslizaban sin ruido, venían los meses y los lustros, pero en ningún momento pensó que iba perdiendo definitivamente todo lo que dejaba atrás, los años de estudiante, los primeros libros, las amistades que nunca creyó que pudieran no ser eternas, los lugares por los que había pasado de puntillas y renunciado a hacer suyos mientras buscaba a tientas por todo el mundo su propia geografía. Tuvo que admitir que estaba perdido en el camino de ida, y ya era demasiado tarde para volver con la frente marchita, porque de una cosa estaba seguro: ya no había ningún sitio al que volver. Y en los días sucesivos se dio cuenta de algo terrible: tampoco había ningún sitio en el que quedarse.

Marta Rivera de la Cruz