2/9/07

Felicidad

Supongo que nuestra repentina felicidad prefiguraba a sus ojos una especie de cuento de hadas imposible. Los enamorados y los recién nacidos tienen la virtud de despertar en quien los contempla, sean mendigos, putas, asesinos o emplazados, una candidez tan infantil, una esperanza tan vana, Todos parecen decirse: «Si esto puede ocurrir es que todo es posible. Si todo es posible quizás haya alguna esperanza para mí».

Nuestro enamoramiento parecía haber arrastrado con su fuerza a todos los que nos rodeaban. Y porque estábamos enamorados, todo el mundo se había enamorado de nosotros.

Fernando me contemplaba desde su lecho con un cariño inaudito, como si mi felicidad repentina fuese obra de sus manos nudosas. Yo también me sentía extrañamente benévola. Parecía como si mi repentino estado me hubiese velado los ojos con una tibia gasa de cariño universal. De pronto me encontré queriendo al orbe entero con todas mis fuerzas. Me retenía para no abrazar al triste Fernando como si me fuese la vida en ello. Hubiese querido decirle en aquellas largas tarde de sobremesa, cuando ambos nos encontrábamos ante una taza de café con leche, hablando como cotorras sobre una y mil inconsciencias:

«No te preocupes, voy a salvarte. Te salvaré y serás feliz. ¿No ves que soy fuerte? Voy a salvaros a todos. A haceros felices. Porque voy a quereros a todos con todo el corazón. ¿No te das cuenta de que llevo entre las manos una bola de vidrio invisible que transforma toda tristeza en alegría?»


Blanca Riestra