26/6/07

Ser coherente

Él la escuchaba en silencio, interviniendo apenas, sólo para insultarles como un eco, en su voz el reflejo de cada uno de sus insultos, las secas sentencias emitidas por ella, que asentía gravemente después para confirmarlo, sí, la verdad es que se portó como un cabrón, y luego tomaba aire para empezar otra vez, yo le quería, ¿sabes?, le quería. Agotó la lista de todos sus amores contrariados antes de mirarle un instante a los ojos y aferrar su muñeca fuertemente con la mano. Si yo pudiera, dijo entonces, si yo pudiera lograr… Le pidió que terminara la frase pero ella no quiso seguir, él no le dio importancia, los dos estaban borrachos, bebieron un poco más, hablaron de otras cosas, la facultad y la carrera y los padres y los hermanos y las vacaciones y los horarios, y sólo al final, su mano empuñando ya el picaporte de una puerta sucia, mal pintada, en el sucio y mal pintado corredor de aquel horrible hotel barato, cuando él, tras despedirse cortésmente, se disponía a marcharse a su habitación, dos pisos más arriba, Teresa le detuvo con la mirada y habló por fin, con el ridículo acento de las cosas trascendentes. No soy una mujer coherente, dijo, no consigo serlo.

Almudena Grandes