23/8/07

Un miedo

Esa noche, es decir, hacía unas horas, el Poco la había acompañado a su casa, como siempre. Al cruzar la acera, cuando doblaron la plaza, el Poco la había agarrado de un hombro. Tenía la palma ardiente y seca, como de fiebre. Entonces ella le cogió la mano y le apretó suavemente los ásperos dedos contra su cuello. Anduvieron así un buen rato, quietos, sin hablarse, como disimulando su contacto. Pero cuando llegaron al portal el Poco se desasió bruscamente y se marchó sin añadir palabra. Bella intuyó entonces que la noche iba a ser larga, una noche de insomnio y muchos trenes. Cuando Bella dormía sola, en la habitación siempre había un rincón habitado por el miedo. A veces se quedaba ahí quieto, sin salir, sin atacarla, pero aún así ella sabía que existía, que permanecía agazapado. A veces el miedo aprovechaba los chirridos de la oscuridad, los crujidos del silencio, y entonces salía de su rincón y caía sobre ella como un rayo. Era su propio miedo, la conocía bien, y no había manera de defenderse de él. En esos casos Bella se limitaba a encogerse en la cama, a arrimar la espalda a la pared y esperar que amaneciera. Era un miedo muy pertinaz.

Rosa Montero