10/9/08

Javier (III)

Los días que siguieron a la ruptura resultaron más complicados de sobrellevar de lo que había imaginado, seguramente porque, en su interior, había conservado intacta la esperanza de que ésta nunca llegaría. Pero la esperanza no es sino el disfraz de las debilidades, y la suya era y sería la figura incandescente de Javier. El alba se le adelantaba al sueño y las horas se escabullían sin tan siquiera llevarse el trago amargo del desconsuelo. Durante una semana, su apartamento fue la única guarida en la que invocar al recuerdo, ya que el miedo a comprobar que la rutina nada quería saber de su desdicha era más aterrador si cabe que el olvido. En aquel oasis, todas las caricias, todas las conversaciones de alcoba renacían fugaces, para luego verse ahogadas por el llanto y socorridas por la celulosa.
Cierto romanticismo decimonónico se adueñó del ambiente cargado que acusaba la sepultura momentánea a la que se había sometido. Y una noche, tendida sobre la cama, retomó casi por casualidad el sendero de sus antiguas aspiraciones. Años atrás, cuando la monotonía de la que había desertado formaba parte del destino, solía descansar sus metas y ensueños bajo las sábanas, pero quizás el rumbo que había tomado su propia vida la había apartado de aquel ritual para cotejar lo acaecido hasta entonces. Y es que la capital le había arrebatado los preciados tesoros de la niñez y los había transformado en complicadas y extrañas vivencias. Sin embargo, hubo un tiempo en que imaginaba el mañana que aún estaba por llegar. Se veía en la facultad, paseando por el campus cargada de apuntes, buscando libros en la biblioteca que ampliasen el temario. Se veía haciendo el doctorado, investigando con su equipo de trabajo, elaborando su tesis. Se veía en el consultorio que fundaría con colegas de profesión, redactando reveladores artículos sobre escondrijos recónditos de la mente, viajando a convenciones, tratando a sus pacientes. No pretendía devolver la cordura a un puñado de excéntricos personajes; aspiraba a derrotar los temores que atormentaban a otros, descubrir la razón última del intelecto, ganarle la partida a la naturaleza humana. También consagraba tardes enteras a dar largos paseos y se sentaba en la Alameda para observar al gentío que por ella transitaba. Se enternecía con los chiquillos que parloteaban acompañados de adultos absortos en quimeras, y con los ancianos que, ayudados de un bastón, caminaban en grupo relatando antiguas batallas. Se preguntaba cómo sería aquella chica distraída que a punto había estado de chocarse con el señor que hablaba por telefono. Creaba amantes imposibles, divertidos episodios escolares, historias con finales inéditos. Admiraba la maravilla del mundo bajo la humilde perspectiva que le ofrecía la urbe. Y la suerte había querido que, en su empeño, Javier fuese el pilar en que apoyarse. Así que, al día siguiente, decidió salir a la calle y presentarse en la facultad, no solo para vencer la porfía del mundo, sino para algo más: encontrar en los ojos de Javier una respuesta que callase todas sus preguntas.

En el edificio las cosas seguían como las había dejado. La misma gente caminaba por los mismos pasillos con las mismas trazas e idénticas prisas. Se percató de que las piernas empezaban a temblarle a medida que se adentraba en el corredor de los despachos y terminó por arrojar el chicle en la primera papelera que oteó. La señora de la limpieza canturreaba y el conserje, colmado de fotocopias, salía del despacho vecino. Cerró los ojos. Inspiró profundamente. Y aguardó unos segundos frente a la puerta 19 antes de golpear la madera con los nudillos de su mano derecha.

1 comentario:

Blackrose dijo...

Ella sigue en su esencia, lo mejor de todo.

Me sigue gustando mucho, tiene algo que, para mí, es imprescindible, te deja con ganas de leer más.

La sinopsis de las contraportadas será mía jajajajaja.


Un fuerte abrazo.

tQ*!