12/10/08

Madrid

Luisa descendió las escaleras pensando que en menos de una hora había cambiado para ella la forma de entender la vida. De repente encontró absurda su congoja, incomprensible su disgusto, y se avergonzó al recordar su reacción en la casa de Cósimo Herrera. La conversación con Macarena Altuna le había dado una luminosa perspectiva de todo aquel asunto. Llevaba en la mano la guía de Madrid, y sonrió pensando en el pobre Marcial, que había querido presentarle su futuro del modo más atractivo posible. Sólo unos minutos separaban la casa de la condesa de la calle de Todas las Almas, pero se demoró adrede para pensar. Cuando llegó a la puerta de su casa había tomado una decisión heroica: a primera hora de la mañana iría a pedir disculpas a Cósimo Herrera y a comunicarle su decisión de solicitar la beca. Luego se marcharía a Madrid. Desde la cubierta de la guía de viajes, un cielo azul y los surtidores de una fuente parecían darle un buen presagio. De pronto se llevó la mano al bolsillo y sus dedos tropezaron con algo que no tardó en identificar: era el pañuelo oloroso a lavanda que Cósimo le había tendido aquella tarde para ayudarle a controlar el caudal de lágrimas.


Marta Rivera de la Cruz

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